Hebe

90 17 2
                                    

Stuart miró fijamente a las tres mujeres, sopesando sus opciones, tratando de averiguar quién era la mayor con solo mirarlas, pero eso no servía de nada, pues era evidente que Cloto se veía mayor que las otras dos, es decir, era visiblemente una anciana, aunque Láquesis le había advertido que no se dejase llevar por las apariencias.

¿Qué podía significar eso? Observó nuevamente al curioso trío, fijándose en las tareas que cada una estaba cumpliendo, notando que la tarea más importante, la de cortar el hilo de la vida, estaba en manos de una niña de no más de diez años ¿cómo alguien tan pequeña podía tener una tarea tan importante?

Agradeció el momento de lucidez para reflexionar, pensando que una niña tenía que ser lo más cercano a la vida y no a la muerte, pero era la anciana que hilaba el hilo nuevo.

El primer puesto era el último, el último creado para la primera, quien más confianza tenía por parte de su padre, la más joven, quien podía ver hacia la eternidad sin temor a envejecer, la única que tenía derecho a renovar un ciclo sin fin.

- ¡Ya lo sé! – Sin descuidar su tarea, las tres miraron al cantante, quien se sonrojó profundamente.

- Solo tienes una oportunidad. – Masculló Cloto, moviéndose para acomodar su raída túnica. - ¿Estás seguro?

- Eso creo.

- Pues te escuchamos. – La voz de Átropos salió como un sonido embelesador, como si no fuese la voz de una niña pequeña.

- Solo puedo pensar en porqué una niña tiene una tarea tan importante, el enviar gente donde su padre, así que llegué a la conclusión que la mayor eres tú. – Señaló a la muchacha, ella sonriendo suavemente antes de ponerse de pie.

- Padre estará muy complacido de que alguien vivo vaya a visitarlo, han pasado cerca de tres mil años desde el último que adivinó quien era la mayor. – Átropos le tomó la mano, viéndole directamente a los ojos, como si pudiese leer su alma a través de ese gesto, sin embargo, no pensó más, pues sintió como su mente se oscurecía y su cuerpo se volvía pesado, cayendo al suelo desmayado.

- Si Láquesis no le hubiese dicho, no te hubiese descubierto. – Reclamó la anciana.

- Tarde o temprano, siempre me descubren. – Sonrió la niña, saltando de vuelta a su lugar, cortando a diestra y siniestra los hilos de la vida.

Día A Día ContigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora