Orfeo

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- ¿Estás seguro de hacer esto?

- Sí. - Musitó con tristeza, levantando la mirada para ver los ojos desiguales del bajista.

- Bien. – Dijo con simpleza.

- Murdoc. – La voz del baterista se dejó escuchar mientras los tres estaban de pie alrededor de un pentagrama dibujado por el mayor.

- Esta bien, está bien. – Cruzó los brazos sobre su pecho, rodando los ojos. – Mira, idiota, esto no te servirá de nada.

- ¿Por qué lo dices?

- Aunque hagas un pacto con Satanás, el destino es irremediable, tarde o temprano Noodle morirá, aunque él te la haya devuelto.

- No entiendo. – 2D frunció el ceño mientras esforzaba a su cerebro a procesar las palabras dichas por el hombre verde.

- Simple, él te la entrega sin que recuerde lo que pasó y al día siguiente se muere, con el problema de que ya vendiste tu alma y no podrás recuperar a la chinita.

- ¡¿Qué?!

- Y eso si te entrega su alma verdadera, porque siempre puede enviar a un espectro que simule ser Noodle. – Dijo. – Tienes que ir a ver a alguien que esté por sobre el Diablo.

- ¿A Dios?

- Buena suerte con eso, él tampoco te la puede devolver, no tiene el poder necesario para traer a un muerto a la vida.

- Pero todos esos milagros...Jesús...

- Catalepsia, simple y llanamente catalepsia o algún tipo de parálisis temporal.

- Dile ya a quien debe ir a ver. – Russel se impacientó, apretando un puño.

- A eso voy, estos que no me dejan explicarme bien. – Se quejó. – Primero, debes ir a ver a las tres Moiras y pedirles el hilo de Noodle, aunque no te dejes engañar, la que menos lo parece es la hija de la muerte y solo ella puede entregarte el hilo, ellas te indicaran un camino, tómalo y estarás frente al único que te entregará a Noodle de vuelta sin pedirte nada a cambio.

- ¿Quién?

- ¡¿Quién más?! ¡La muerte en persona! Pero no creo que quiera hacerlo, es demasiado celoso con su trabajo y jamás he escuchado de alguien a quien haya dejado en libertad.

- Eurídice...

- Si, Russ, pero ella regresó de inmediato por culpa de su esposo. – Hizo una mueca graciosa antes de darle un golpe en la espalda al cantante.

- ¿Qué debo hacer?

- Por ahora, solo debes ir a tu habitación, cuando tenga todo listo yo te llamaré, es un ritual un poco más extenso que el de ir al infierno. – El cantante asintió, saliendo de la habitación del bajista para ir a la suya, no sin antes pasar por la de la japonesa, mirando fugazmente el vestido blanco que estaba tendido sobre la cama.

Russel solo vio al bajista, quien suspiró antes de acercarse a su pequeña biblioteca, apartando los libros para dejar ver la puerta de una caja de seguridad, tecleando números rápidamente antes de abrirla y sacar un viejo libro que parecía haber sido usado varias veces antes.

- ¿Esto servirá?

- Si, solo tengo que abrir una puerta hasta el Estigia y eso es mucho más cansador que la puerta al infierno. – Revisó el libro con cuidado, temiendo romper la reliquia hasta que llegó a la página que buscaba.

- ¿Cómo lo sabes?

- ¿Qué cosa?

- Lo de la muerte. – Murdoc levantó los hombros con indiferencia, leyendo las palabras que estaban escritas en una antigua lengua ya muerta hacia siglos. – No me digas que tú...

- Cierra la boca, necesito concentrarme. – Russel se quedó parado al lado del bajista, mirando como musitaba las palabras de forma rápida. – Esperemos que lo escuche, no le gustan los invitados y no le importa nada que no sea su trabajo.

- ¿Ya lo has hecho? ¿Has intentado traer a alguien a...?

- Demonios, necesitó huevos negros. – Dijo ignorando deliberadamente al hombre moreno, saliendo también de su habitación, dejándolo solo.

El baterista abrió los ojos sorprendido ¡Murdoc ya había tratado de traer a alguien a la vida! Solo eso explicaba que él supiera tanto sobre el tema.

Aunque la curiosidad le picara el cerebro, decidió que lo mejor era ir abajo y pedirle a sus amigos y familiares que se marcharan, pues necesitaban descansar después de las horribles emociones de los últimos días y, también, tenía que dejar un rato en paz al cuerpo de su pequeña niña.

Ojalá ella no sufriera más de lo que había hecho durante sus últimos minutos de vida.

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