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Alba

La noche estaba siendo perfecta, la mejor hasta el momento de todas las que había compartido con Natalia. Cantar, cenar juntas llenándonos de besos, no quería que acabase nunca. Era la primera vez que estábamos así, sin pensar en nadie más, sin sentirnos culpables, dándonos amor la una a la otra de forma totalmente libre y acompasada. Cuando llegamos a aquella discoteca y nos pusimos a bailar, a disfrutarnos... estaba tan a gusto, me habría perdido allí mismo en su boca de no ser por la sorprendente interrupción de Alex. Cuando volví a Madrid hace ya meses estaba obsesionada con la idea de poder encontrármelo algún día, aunque sabía que no sabía cómo reaccionaríamos ambos también pensaba que sería un encuentro pacífico, más bien soso, donde ambos nos saludaríamos y quedaríamos quizá para tomar un café algún día al que jamás pondríamos fecha. Lo que menos esperaba era que el día que eso pasase sería mientras me comía la boca con Natalia en mitad de una disco y nos metíamos mano como gatas en celo, mucho menos aún que tanto nosotras como Alex iríamos bebidas y él tendría esa reacción.

Durante el tiempo que había durado nuestra relación, hasta en las peores circunstancias posibles, él siempre había sido amable, sosegado, nunca había buscado la confrontación. Sin embargo, esa noche no solo se había comportado como un chulo herido en su orgullo de macho sino que además había hecho comentarios refiriéndose a mí en unos términos tan machistas que me sorprendieron viniendo de él. Natalia también me había sorprendido, pero para bien. Trató de pararle los pies, me defendió cuando hablaba de mí en esos términos viendo que yo estaba alucinando tanto que apenas era capaz de reaccionar. Es cierto que terminó tratando de golpearle y lo único que consiguió fue hacerse una brecha en la ceja, pero no podía enfadarme con ella por haber tenido esa reacción, yo misma le hubiera dado un puñetazo si hubiera podido.

- No hagas ruido, deben estar durmiendo, creo que hoy Damion y Afri no han salido – le susurré a Natalia al entrar a mi piso – ven, vamos al baño que te mire esa herida

Natalia me siguió en silencio hasta el baño y se quedó apoyada sobre el lavabo mientras yo buscaba algunas cosas en el botiquín, ni siquiera se atrevió a mirarse al espejo a ver lo que se había hecho.

- Tienes la ropa mancha de sangre, quítatela Nat

- ¿Qué dices? ¿Cómo me voy a quitar aquí la ropa? Podrían despertarse estos

- Nat ¿Eres tonta? Llevas la ropa llena de sangre seca, hay que remojarla antes de que se quede para siempre, y huele fatal, odio ese olor a óxido... por fa, quítatela

- Que no Alba... ¿Me vas a curar o qué?

Estaba claro que no entraba en razón y yo no podía evitarlo, uno de los olores que más nauseas provocaban en mí era el característico olor a óxido de la sangre seca. Cuando era pequeña mi hermana se cayó en el parque mientras estábamos jugando y se partió el frenillo de la lengua, sangraba como un cerdo en el matadero. Recuerdo a mi padre conduciendo como alma que la persigue el diablo dirección al hospital mientras mi hermana lloraba y sangraba por la boca y yo lloraba al verla. De ese día el recuerdo que más marcado se quedó en mí fue el olor de la sangre. Cuando curaron a mi hermana y volvimos al coche todo olía a óxido y me vino cada escena a la cabeza. Al llegar al final del trayecto mi padre además de limpiar los asientos de la sangre vertida por mi hermana tendría que hacerlo del vómito que no pude reprimir.

- Está bien, me quitaré yo la parte de arriba y así no te sentirás incómoda

- ¿Estás loca? – me dijo Natalia, pero no pudo protestar mucho más porque al cabo de unos segundos ya me había desabrochado los tirantes del peto que llevaba puesto y me había quitado la camiseta blanca que había bajo él, no suelo usar sujetador, así que de pronto estaba ante Natalia totalmente desnuda de cintura para arriba. Ella, como he dicho antes, se quedó fijamente mirándome, sin palabras.

CAUSA Y EFECTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora