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Natalia

La noche de antes había salido. Igual no debía haberlo hecho teniendo en cuenta que por la mañana salíamos de viaje y yo debía conducir, pero es que necesitaba airearme después de los últimos días.

Desde que Alba me dijo que no podría ser mi amiga porque le ponía demasiado no dejaba de darle vueltas. No en plan negativo, cada vez caía menos en ese tipo de bucles sin fin, sino en otro sentido. Alba soltó aquello y se quedó tan ancha, a mí se me escapó una sonrisa que expresaba todo lo que se me ocurría hacerle en ese momento, ella volvió a entrar al pub y yo me quedé con la entrepierna encendida toda la noche, y ni siquiera nos habíamos tocado.

Su poder.

A la mañana siguiente ese recuerdo se hizo consciente nada más despertar, volviendo a encender mi entrepierna, y ni siquiera la tenía delante. 

Vale, tras darle solo algunas vueltas, no demasiadas, llegué a la conclusión de que estaba de coña. Supongo que le hacía gracia mi empeño en remarcarle que fuésemos amigas, cosa rara solo pensarlo para alguien que supiera el tipo de conexión en todos los planos que habíamos tenido, sobre todo en el sexual. Probablemente se reía de que, aunque nuestra relación ahora era otra, no podríamos ser solo amigas ya que sí, habíamos follado, y ninguna solemos hacerlo con las amigas.

Igual habría que redefinir el término llamándonos amigas, amigas, amigas... cada una de ellas con un matiz y una entonación distinta, para abarcarlo todo.

De cualquier forma lo importante no es que hubiese sido broma o no, que lo era, lo importante es que había despertado una bestia adormecida en mí y ahora sabía que no me libraría de ella la máxima que me autoimpuse y que Julia había bautizado sin saberlo como "no te atreves a tocarla".

Y era verdad, no lo hacía porque sabía que me gustaría hacerlo, demasiado, y tenía cierta dificultad con marcar los límites si ella decidía trasvasarlos. Había conseguido ponerme como una moto solo con unas palabras, alejada de mí y sin que ni siquiera el roce de su aliento me llegara tímidamente. Supe que no estaría a salvo de la excitación que a veces provocaba en mí si ella se lo proponía, así estuviésemos en habitaciones distintas.

Y no me equivocaba, no. Desde aquella noche andaba medio cachonda a todas horas y su imagen mordiéndose el labio parecía un tweet fijado en mi cerebro.

A lo largo de los días que restaban para el viaje de Semana Santa solo nos vimos un par de veces más. Una de ellas el martes, apenas habían sido unos minutos. Se ve que había cambiado su hora de correr porque terminaba sus ejercicios justo cuando yo llegaba al parque donde me la encontré aquel día. Me hubiera gustado estar más rato con ella, había vuelto a la normalidad con que me la volví a encontrar y a las bromas. Pero ¿Con qué excusa? Ella había tratado de poner tierra entre nosotras y ahora que se le había pasado el agobio no iba a decirle que me apetecía más acompañarla mientras charlábamos que sudar como un cerdo mientras hacía que corría. Así que ella se marchó para su piso y yo me quedé allí, tratando de concentrarme en mis series de paseo y carrera sin pensar demasiado en el top que había elegido aquella mañana para salir a correr.

La segunda vez fue anoche mismo. Habíamos quedado en mi piso para ponernos de acuerdo con los coches y la hora a la que saldríamos. Pablo llevaría el suyo con María y Julia, y yo finalmente las convencí de que yo también llevaría el mío, pues cinco en un solo coche iríamos muy estrechos y así nos aseguraríamos que cabría todo el equipaje, así que Alba vendría conmigo.

Dispusimos todo esto mientras nos tomábamos un par de cervezas. Todo estaba perfectamente controlado hasta que a María le dio por celebrar eufórica todo el hype que le provocaba el viaje y haciendo aspavientos terminó por derramar toda su cerveza sobre la camiseta de Alba. Era de color amarillo, con una pequeña oveja en el centro trepando divertida sobre la palabra "Pervert". Nada más incorporarse Alba del sofá, entre las risas de todas, incluida la de ella misma...

CAUSA Y EFECTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora