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Natalia

No es que me considerase yo muy deportista, nunca lo había sido. De pequeña había practicado danza, y eso me había dado una elasticidad que me hacía ser buena practicando yoga con facilidad y mantener el tipo. En Barcelona había encontrado a un yogui que me sacaba 30 años, pero que a pesar de su edad dominaba a la perfección el equilibrio entre lo corporal y lo mental, me había ayudado a gastar mi tiempo en algo más productivo que auto compadecerme y sin darme cuanta había aportado poco a poco la calma que a veces faltaba en mi cabeza. Él y Sara habían sido los dos bastiones en los que me había sustentado para conocerme a mí misma y salir del pozo en el que estuve. Ahora que vivía en Madrid no podía practicar yoga, no con cualquiera, más aún después de haber tenido un maestro como él, me había vuelto muy exigente, así que echaba en falta el tono físico y me sobraban horas por todas partes.

Como digo no he sido nunca de deportes de ponerte a sudar, pero el aburrimiento me hizo calzarme unos pantalones cortos, una camiseta transpirable y largarme al parque a dar unas carreras y sentir que hacía algo más que comer, beber cerveza y componer.

Llevaba tan solo dos vueltas y no podía más. Era culpa del ritmo, me había empleado demasiado a fondo y mi cuerpo pronto empezó a decir basta. Empecé a beber agua algo frustrada mientras caminaba por donde debía ir trotando.

"Menuda mierda, no he durado ni 10 minutos corriendo"

Uno de los motivos por los que había ido era matar el tiempo, y no había usado ni 10 minutos. El otro, ponerme en forma, tenía pinta de tener el mismo éxito. Mientras caminaba aburrida riéndome de mí misma un acontecimiento congeló la conversación que me traía en la cabeza. A apenas 20 metros de mí se encontraba Alba. Vestía un pantalón de chándal granate y una camiseta de tirantes blanca. Estaba concentrada, estirando. Subía sus brazos y doblaba el cuerpo alternativamente hacia un lado y el otro. Bajaba recta una de sus piernas al suelo y con el cuerpo doblado hacia ella trataba de tocar la punta de su pie. Mientras hacía estos ejercicios pude comprobar que sacaba levemente su lengua mordiéndosela concentrada. No pude evitar que una sonrisa se escapara de mis labios. Había olvidado lo adorable que era

- En el supermercado, en el parque... - dije lo suficientemente alto mientras me acercaba a ella para que Alba me oyese – Voy a empezar a pensar que eres una acosadora

Alba alzó su mirada, los ojos muy grandes, asimilando nuevamente que nos habíamos encontrado de aquella forma tan fortuita. Luego la sorpresa dio paso a una sonrisa amplia, de esas que ocupan toda la cara, de esas que mueven músculos en tu rostro que no sabías que tenías

- Podría pensar lo mismo de ti

- Ya, pues no. He venido a correr

- Pues no te veo hacerlo – dijo con sorna - ¿Ya has terminado?

- Sí, acabo de hacerlo – dije con suspicacia, una pizca tocada en mi orgullo

- No eres de este mundo entonces, ni sudada estás, cuando yo termine parecerá por mi cara roja que me han tirado tomates

- En realidad no he durado ni 10 minutos – le reconocí. Y ella me miró con una sonrisa triunfal. Maldita enana, se estaba riendo de mí y no me había dado ni cuenta – Vale, lo tuyo era ironía

Cuando dije aquello sí que conseguí que Alba rompiese en una estruendosa carcajada y a mí no me quedó más remedio que reír con ella, por tonta y porque siempre me había parecido que tenía una risa tan contagiosa que era inevitable no imitarla.

- ¿Cuánto llevas corriendo? – me dijo mientras terminaba de estirar y calmó su risa – No sabía que lo hacías

- Y no lo hago ¿No ves? – Alba volvió a reírse con mis chorradas y aquello me hizo sentir bien – En realidad suelo practicar yoga, pero aquí aún no he encontrado a nadie de confianza y me moría de letargo y aburrimiento

CAUSA Y EFECTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora