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Alba

Conversación telefónica

- Afri, tenemos que hablar

- Alba, estoy trabajando cariño ¿No me podías mandar un whatsapp y luego te llamo?

- Noooo, es urgente

- Vale, termino y me invitas a cenar en tu piso

- ¡Hecho! – sonreí satisfecha

Durante estos dos años sin ella me había planteado muchas cosas. Cómo quería desarrollar mi futuro profesional, cómo encontrar el equilibrio entre vivir mi vida en Madrid y no dejar de lado a mi familia, cómo olvidarla... Todas las había ido asumiendo tal y como me venían de la mejor forma posible, sin duda la que más trabajo me costó fue la de dejarla ir de mi cabeza.

Los primeros meses todo fue dolor, arrepentimiento por haber tomado aquella decisión que me hacía tan infeliz y culpa por no haber hecho nada para cambiarlo, aunque no se me ocurriese que podía haber hecho para parar todo lo que se nos vino encima. Luego vino la nostalgia, ya no lloraba, podía salir y hasta pasarlo bien. Pero una terrible nostalgia se apoderó de mí, la echaba de menos día y noche. Hice un profundo esfuerzo para dejar pasar todos los pensamientos que llegasen a mí de ella, no atraparlos, no dejar que anidasen, no recrearme en ellos, simplemente como cuando observas las nubes, verlos, aceptarlos, y dejarlos pasar evitando aferrarme a ellos.

Así es como la olvidé.

Así es como pude hacer una vida medianamente normal donde solo venía a mi cabeza de manera recurrente, y tal como venía, la dejaba ir. Los sentimientos se fueron apagando al dejar de pensar en ella, las emociones se adormecieron, y llegó el día en que supe que ya no estaba enamorada de ella. De todas las etapas que viví antes de que ella decidiese volver a Madrid, me alegraba profundamente de que hubiese llegado en la que me encontraba.

Luego llegó la prueba de fuego.

Regreso de un viaje y me encuentro con María diciéndome que había vuelto. Intenté aparentar calma, y lo conseguí. Deseé que el corazón no se me saliese del pecho al verla, y sí, me puse súper nerviosa, pero no ocurrió. Quise que solo sentirla a mi lado mi piel no reaccionara por cuenta propia y tampoco había sucedido. Natalia Lacunza no me había puesto cachonda, ni un poquito. Así que aquella noche tras las cervezas en su piso, volví a casa con una paz inmensa. Había superado la prueba de fuego, ya no estaba enamorada de ella, no albergaba ningún tipo de sentimiento en ese sentido.

Es verdad, cuando oí el nombre de Sara en sus labios me sentí rara en mitad de aquella conversación, pero fue una cosa que pasó en seguida. Ni mi cabeza ni mi cuerpo le dieron mayor importancia, ni le hubiera preguntado al siguiente día si ella no lo hubiera hecho.

Pero luego fui al parque, y me la encontré. Me hizo reír, me habló con sinceridad, alivió el ambiente cuando me notó tensa, y acabé en la puerta de mi bloque mordiéndome el labio con fuerza para no decirle que no me apetecía que aquel encuentro acabase allí. No es que quisiera que subiese a mi casa y acabar follando. Esa idea no había pasado por mi cabeza. Ni siquiera besarla, cosa que no hubiera sido rara porque deseé sus labios casi desde la primera vez que la vi. Pero sabía que la calma con respecto a ese tema que había ganado en los últimos meses, no se encontraba a salvo.

Cuando subí al piso y cerré la puerta traté de hacerlo todo con normalidad. Darme una ducha, preparar un rico almuerzo, pintar o leer algo mientras me bebía una cerveza. Esa había sido mi normalidad durante los últimos meses, con una diferencia, Natalia había vuelto a mi cabeza. No era nada específico, solo estaba ahí, y eso me preocupó

CAUSA Y EFECTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora