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"Nada me produce más alegría que oír que mis hijos practican la verdad." (3 Juan 1:4)

Jimin no creyó haber dormido aquella noche.

Los sucesos acontecidos horas atrás se habían repetido en bucle en su mente, como si de una proyección repetitiva se tratase.

No pudo dejar de pensar en ello.

No habría podido dejar de hacerlo por mucho que hubiese querido.

Había llorado hasta el cansancio; había llorado hasta que su cuerpo se había quedado sin lágrimas que emanar.

Y en algún punto de todo aquel silencioso llanto, Jimin creyó acabar quedándose dormido, abrazado a sí mismo después de haber desordenado sus sábanas revolviéndose del más visceral dolor.

Habría deseado no despertar aquella mañana; aunque en realidad, no estuvo completamente seguro de haberlo hecho, pues quizás, por el contrario, simplemente abrió los ojos cuando sintió su rostro ser calentado por los primeros rallos de sol.

No quería salir de la cama.

No quería salir de su cuarto.

No quería ver a su madre.

La misma madre que había acabado sonsacando toda la verdad de él a base de golpes.

Su cuerpo se sacudió por los nuevos sollozos que no pudo retener al recordar la noche anterior, y por más que dolía y que su vista se empañó, ni una sola lágrima se deslizó por el costado de su rostro.

Se obligó a levantarse, sentándose en la orilla de la cama y dejando que sus piernas colgasen de esta hasta que sus pies descalzos se apoyaron en el frío suelo.

Allí, llorando sin lágrimas, observó las marcas moradas que adornaban la cara interna de sus antebrazos desnudos.

No quería salir de ahí, de aquella cama en aquella habitación; porque sabía que de hacerlo, debería enfrentarse a la horrible realidad.

Una realidad que él mismo había tratado de ocultar durante años.

Y al mismo tiempo, ese era el último lugar en el que quería estar; porque sabía que ahora que sus secretos habían salido a la luz, no podría soportar seguir ahí durante mucho tiempo.

Quería huir, marcharse lejos de allí y no volver jamás.

Pero no podía.

Suspiró temblorosamente, segundos antes de sorber su nariz; y acto seguido, reunió toda la escasa fuerza que quedaba en su cuerpo y se obligó a ponerse en pie.

La vida seguía, y por muy mal que él estuviese, debía seguir con ella.

Y mientras se arrastraba hacia el baño, maldijo al tiempo y a su absurda necesidad de transcurrir sin pausa.

No quiso mirarse al espejo, pero antes de poner detenerse, su cansada mirada ya estaba observando su demacrado reflejo.

Tenía un aspecto horrible.

Su pequeña nariz estaba rojiza e hinchada.

Al igual que sus labios.

Al igual que sus ojos, los cuales además, parecían descansar sobre unas profundas y oscuras ojeras.

Observó detenidamente su reflejo, y creyó sentir cómo algo se rompía en su interior al percatarse de que no era capaz de fingir la más mínima sonrisa para sí, porque de hacerlo, casi estaba seguro de que acabaría quebrándose, permitiendo que emanase un nuevo mar de lágrimas de él.

fe(male) ◇YM◇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora