64

100 5 0
                                    

Después de cumplir con mis respectivos castigos, después de almorzar en la cafetería, y luego de asistir a todas mis clases, finalmente el timbre final resonó por los pasillos.

Automáticamente me puse de pie, recogí mis cosas de manera apresurada y corrí sin importarme nada ni nadie más que mis apreciados dulces de la feria y yo.

Me encontré en el exterior de la edificación en cuestión de dos minutos mientras esperaba a mis hermanos, Warren y Connor.

El primero en llegar fue Ethan.

—¿Quiénes vendrán? —pregunté.

—Pues, nosotros, Warren, Jeremy Johnson, Jason Williams, Chad Hood y tú.

—Olvidas a Connor —murmuré, mirando sobre la cabeza de mi hermano por si alguien más llegaba a nuestro encuentro.

—¿Adams? ¿Por qué vendrá él?

—Puede no caerte bien, como a Warren y mis hermanos, pero ya le dije que puede venir.

—Cómo siempre, tu bocaza arrasa con todo —negó con la cabeza, con una media sonrisa en su rostro.

No lo contradije porque eso sería para más problemas y sermones de su parte, lo sé.

En mi campo visual se aparecieron Warren, con Jeremy, y Cooper con Chad.

—¿Y los demás? —pregunté.

—Deben estar saliendo.

Asentí con la cabeza. Dentro de los siguientes cinco minutos, noté a Connor, Zack y Jason saliendo del instituto.

Perfecto, ¡parque de diversiones, allá vamos!

Decidir quién viajaría con quien fue peor de lo que creía; sobre todo con un Warren celoso en el medio de la discusión.

Zack terminó yendo en su motocicleta con Jeremy Johnson detrás, Ethan con Jason en la parte trasera de su moto y nosotros tuvimos que hacernos cargo del pesado de Chad Hood en el coche de Cooper.

No suena tan mal así, ¿no? Pues, verán, la cosa es que ese pesado se adueñó del asiento delantero junto a Cooper y ahora yo me encontraba, literalmente hablando, en el medio de Connor y Warren.

El espacio del auto se hacía cada vez más pequeño para mi inmensa suerte.

¿Por qué me sentía tan incómoda? No sé, la verdad es que no tengo ni puta idea de las emociones que han estado apareciéndose dentro de mí misma en los últimos días.

De soslayo vi que Warren tensaba la mandíbula de una manera brutal y que seguramente terminaría por partirse los dientes.

Para calmar ese enfado, lo único que hice fue buscar su mano y entrelazarla con la mía. Me miró instantáneamente, preguntándose por qué.

Le brindé una sonrisa en silencio, sólo para asegurarle que estaba todo bien.

No obstante, Chad Hood se encontraba de lo más bien en el asiento copiloto:

—¿Les cuento un chiste?

—No has dejado de parlotear durante los últimos veinte minutos, lo único que quiero es un silencio de al menos cinco horas —gruñó Connor a mi lado.

—Oye, pero qué aguafiestas —se quejó Hood—. Bien, ¿qué le dice un árbol a otro?

—Los árboles no hablan —se quejó Connor en un murmullo.

Pero por supuesto, Chad decidió continuar con su momento de comediante:

—Nos han dejado plantados —terminó.

Yo no fuiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora