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Eh... ¿Qué acaba de pasar?

Tenía los ojos como platos mientras el chico se limitaba a mirarme... ¿esperando por algo? ¿Qué se supone que debes decir una vez que un extraño terminaba de besarte como si de eso dependiera su absurda vida?

Bueno, seré honesta: sí conocía a ese extraño, para mi desgracia.

—¿Vas a decir algo? —le urgió.

—¿Acaso no notas mi expresión de confusión guion desorientación? —arqueé una ceja mientras miraba a este sujeto desde mi altura. Lo que tampoco me benefició en nada, pero en fin.

—Deberías alegrarte de verme, sé que lo haces al menos interiormente.

—Lo único que siento interiormente, además de una confusión extremadamente asombrosa digna de un Grammy, es un gran, enorme, increíblemente profundo y desesperado odio por ti. E ira, también.

—Te has ensayado todo un discurso —alzó las cejas, pretendiendo ser divertido.

—¿Vas a decirme qué haces aquí y por qué me besaste?

—Ya te lo dije, te estuve buscando... mucho tiempo.

—Y, dime algo, ¿nunca pensaste que no quería que me encontraras? ¿No se te ha pasado por la mente ni por un segundo de tu estúpida vida?

—De hecho no.

—Pues deberías.

—Pero ahora te encontré.

—Para mi propia desgracia. ¿Qué necesitas?

—¿No es evidente? All, te quiero.

—Ja —me burlé—, no me llames All. Ya basta con todo esto, ¿sí? Quiero que te largues de mi vista.

—Me has estado evitando todos estos meses, y por casualidad a mis padres los han transferido aquí y tuve que mudarme. Mi madrastra venía a inscribirme en esta escuela para cuando me llevo la grata sorpresa de ver tu alocado cabello en esta institución. El destino.

—No, esto no fue obra del destino. El destino hizo que terminara contigo hace casi un año, cuando te encontré a ti y a Caroline haciéndolo; ¡en mi propia cama!

Podía haber tenido sólo quince años para entonces, pero sabía más de lo que debería y tuve que quemar, literalmente, el colchón. Por no hablar de las sábanas.

—Y nos volvemos a encontrar —sonrió orgulloso.

—¿Y eso te da el derecho de besarme en mi colegio?

—Nuestro —corrigió.

Mi colegio —repetí.

—Cómo sea —hizo un gesto con la mano restándole importancia—. No aguanté las ganas.

—¿Te crees que eres Daemon Black o Will Herondale para besarme cuando se te da la gana? No. No puedes. Perdiste el derecho. Hablando de eso, ¿cómo está esa perra sin códigos?

—Embarazada de su tercero—se encogió de hombros.

—Apuesto que el padre del primero eres tú —entrecerré los ojos.

—Oh no, ese fue Kendall Falls.

—Cómo sea, lo único que quiero ahora es enterrarte dos tenedores en los ojos para que nunca puedas volver a encontrarme. O castrarte con un cuchillo. Probablemente ambas.

—No has perdido tu hábito.

—Y tú no has perdido tu idiotez.

—Me amas así.

Yo no fuiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora