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—Ten cuidado, Allie —dijo mi madre, dándome un beso en la frente.

—Lo tendré, no te preocupes.

Ella hizo una mueca. Estaba claro que sí se preocuparía conociéndome.

—Creo que mejor sería si te quedaras en casa... —acotó ella, corriéndome algunas mechones molestos de mi cara.

—Mamá, por mí estaría genial —sonreí esperanzada.

—Pero —continuó—, no puedo prohibirte el derecho a la educación. Tienes que ir al colegio.

—¡No quiero tener ese derecho! —protesté, haciendo puchero.

—Cooper pasará por ti. Envíale saludos de mi parte —argumentó ella luego, ignorando mi comentario.

—Lo haré, lo prometo.

Luego de una larga despedida de madre-hija, el claxon del auto de mi hermano sonó desde fuera. Le di una sonrisa a ella, me colgué la mochila escolar en un hombro y con una mano cogí mi maleta. Di un largo suspiro y salí de la casa de Trisha.

Caminé hasta el vehículo de Cooper, el simio inútil bueno para nada que supone ser mi hermano, mientras arrastraba la maleta por el suelo de la acera.

Bien, eso fue una mala idea.

Al parecer, el universo no deseaba dejarme en paz: un lado de la maleta negra estaba rasgado y varias de mis pertenencias habían quedado esparcidas por el suelo detrás de mí. Genial, así empezaba mi lunes.

Mientras me regresaba a recoger mis cosas, escuché que Cooper gritaba que me diera prisa mientras que tocaba el claxon repetitivas veces. Maldición, si seguía así despertaría a todo el vecindario.

—¡Ya basta, Cooper! —Le grité cuando tomaba la última blusa— ¡Es lunes en la mañana, ten piedad!

—¡Apúrate entonces, desafortunada Donnovan!

Rechiné los dientes. Detestaba que me llamaran así.

Arrojé todas mis cosas sueltas en el asiento trasero cuando llegué al coche, y me monté en el auto junto a mi hermano.

—No podemos llegar tarde y lo sabes más que nadie —reclamó cuando me puse el cinturón de seguridad.

—¿Qué querías que hiciera? ¿Que dejara toda la ropa en el suelo hasta que volviera ocho horas más tarde? Estúpido.

—De acuerdo, tranquilízate.

—Entonces no me provoques. Es lunes.

Noté de soslayo que Cooper rodaba los ojos. Sin embargo, no objetó nada más.

—¿Cómo está Trisha?

—Te extraña —dije sin rodeos—. A ti y a los demás.

—Me imagino que papá no entra en esa categoría, ¿cierto?

—Por algo ella le pidió el divorcio, ¿no? —Hice una mueca— ¿Por qué tú y los otros dos idiotas no vienen a verla como yo lo hago los fines de semana?

—Porque somos hombres.

Alcé las cejas, eso sí era una nueva noticia para mí.

—¿En serio? Toda mi vida viví engañada, creí que eran unos simios mutantes que tenían como fin acabar con la raza humana, o mejor dicho, el cerebro de la raza femenina.

—Ja, ja, muy graciosa Allie —dijo con sarcasmo mientras conducía—. A lo que me refiero es que tenemos más relación con papá que con Trisha. Ir con mamá un día sería como alejarme de mi masculinidad.

Yo no fuiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora