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 La campana anunció que era hora del almuerzo. Cerré el libro de Biología, lo metí en la mochila y me puse de pie bufando. No veía la hora de llegar a mi casa y dormir una eternidad.

Creo que yo era lo más parecido a un koala que a una persona.

—Señorita Donnovan —llamó Morris. ¿Acaso hoy era el día de hacerme preguntas?—, ¿cómo va la tutela con el señor Adams? Me ha dicho que su primera sesión fue el martes pasado.

—Pues bien, creo —me encogí de hombros.

—¿Sólo bien?

—Pues sí... Con todo respeto, ¿cree que una sola sesión me sabré todo el libro? —fruncí el ceño. Morris comenzó a estudiar mi cara; señal que tomé como mala, así que decidí cambiar de tema— De todos modos, mañana volveré a tener la tutoría con él.

—Recuerde que necesita saberse los contenidos de la ficha para el examen final.

—Igual que con todas las demás asignaturas.

—No quiero que haya favoritismo, pero debe esmerarse más en ésta, señorita Donnovan. Su promedio no es suficiente para pasar el año.

Igual que con todas las demás asignaturas, duh.

—Para eso está el tutor, ¿no, señor? —Contesté— Descuide, aprobaré ese examen. De ninguna manera pienso recursar.

—Muy bien. Ya puede retirarse.

Asentí con la cabeza y salí del aula. Caminé hasta la cafetería con la mochila en el hombro, puesto que si la dejaba donde mi nuevo casillero, tardaría el doble de lo que llegaría hasta el comedor escolar. Así de problemática era mi vida.

Para cuando entré a la cafetería, repleta de alumnos corriendo de un lado para otro de forma desesperada, un aroma a pizza casera me abundó las fosas nasales. Por eso estaban todos alterados.

Rápidamente busqué a Warren con la mirada en la fila para conseguir una porción de esas delicias. Estaba en el centro, contando sus billetes.

Corrí hacia él esquivando a algunas personas. Puede que haya empujado, y puede que también alguno me haya levantado el dedo del medio por tan intranquila y emocionada que me encontraba.

—¡Warren! —grité.

Él se giró apenas oyó su nombre.

De no ser porque me sostuvo con cuidado con sus ágiles manos, ambos hubiéramos caído al suelo después de que me abalanzara sobre él. Muchas personas nos miraban sorprendidos, pero, ¿de verdad creían que me importaba?

—Cálmate, ¿quieres?

—No puedo, necesito una de esas —me excusé.

—¿Y para eso debes tirarme al suelo?

—Quise causar una escena de amor, cariño, eso es todo —bromeé.

—Claro, justo tú, ¿no? —Rio— Si querías un trozo de pizza me lo hubieras pedido y ya, así de simple.

—El que no fuera simple habrías sido tú. Me la habrías puesto difícil, con alguna excusa, con tal de verme enfadada.

—Tienes razón —rio, avanzando en la fila—. Lo habría hecho.

—¿Me puedes comprar una porción, porfa, porfa, por favor? —hice puchero.

—No puedo decirte que no, te ves adorable con esa cara de perro mojado —rió otra vez. Su risa era contagiosa.

—Gracias —sonreí, volviendo mi cara a la normalidad.

—Y también eres una chantajista.

—Gracias otra vez.

Yo no fuiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora