CONNOR


Mierda. Mierda de las mierdas, esto no podía estar ocurriendo. ¿Qué diablos estaba haciendo ella aquí? Jake dijo que no vendrían. ¿Por qué vino?

Allison salió corriendo del gimnasio. Le dirigí una mirada amenazadora; ella no podía simplemente presentarse así y arrojarle a All una bebida con hielo por la espalda para después amenazarla como lo hizo. No estaba bien.

—¿Por qué diablos hiciste eso? —rugí.

—Estaba a punto de besarte.

—¡¿Y POR ESO TUVISTE QUE EMPAPARLA DE ZUMO?!

—Estás reaccionando de una manera que no comprendo, Adams. Tú no...

—Sí, Roxie —la corté.

Entonces puso los ojos como platos. Acababa de confirmarle, prácticamente, que Allison me gustaba más de lo que podía admitir. Dos palabras sencillas que cualquier podría entender, incluyendo a Roxie Dowell.

No dije nada más y salí en busca de mi novia. Porque así me gustaba llamarla, mi novia.

All se encontraba caminando a través del pasillo para largarse de la escuela de forma definitiva. La alcancé después de correr hacia ella y jalé de su brazo.

—¿Qué? —ella preguntó, parpadeando repetidas veces.

—¿Estás llorando? —tragué saliva. Pocas veces vi a All llorar, y siempre eran por causas totalmente serias para cualquiera.

Allison Donnovan era una mujer fuerte, independiente y descomunal en buen sentido. No la verías llorar nunca por una estupidez; si lo hacía sería por impotencia o algo que la hirió mucho. Sabía cuáles eran sus prioridades y eso me encantaba de ella.

—No —se limpió las mejillas con el dorso de la mano.

—All.

—Dije que no, ¿okey?

—Roxie no tuvo por qué hacer eso.

—¿Oh, de veras?

—Se suponía que no tenía que estar aquí, ni siquiera sé cómo es que llegó. Lo que sí sé es que haré que se disculpe contigo, no tienes por qué soportar ese tipo de... comportamiento de su parte. Estás conmigo, deben al menos respetarte. ¿Qué digo? Deben respetarte estés o no conmigo; deben hacerlo porque eres una persona.

Rodó los ojos, evitando las lágrimas.

No estaba prestándome atención; no quería oírme siquiera. Así que la tomé de ambas manos y la aprisioné contra el primer casillero que encontré.

—Connor —se quejó—, suelta.

—No hasta que me escuches.

—La bebida fría no afectó mi sistema auditivo.

Me empujó para obtener espacio. No dejé que me hiciera a un lado, sino que tomé sus muñecas y las posicioné sobre su cabeza. La miré fijo a los ojos, esperando que una mirada bastara para darle a entender mi mensaje: jamás me iría de su lado, ni siquiera en este tipo de malos momentos.

Ella se vio obligaba a verme por más de diez segundos y entonces su semblante se ablandó, comprendiendo la idea que quería transmitirle.

La besé con fuerza al segundo doce. 

Yo no fuiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora