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Estaba decidida: iba a castrar a Warren en cuanto supiera como salir de aquí sin que nadie notara mi trasero empapado. ¿Cómo se le ocurría abandonarme sabiendo que le pedí que se quedara fuera? Menudo mejor amigo.

Me paseé por el baño de un lado a otro mientras tiraba de mi cabello hacia atrás. Tenía dos opciones: correr en cuanto verificara que los pasillos estuvieran vacíos y pedir ropa prestada en la recepción, o quedarme aquí dentro hasta que el horario escolar acabara; lo cual significaba que tendría que aguantar seis horas más sin hacer absolutamente nada.

Y más encima, no tenía móvil para comunicarme con el supuesto mejor amigo que tenía.

Tomé una gran bocanada de aire y miré hacia fuera, dejando la mitad de mi cuerpo detrás de la puerta azul marino. Miré a un lado y al otro, y al notar que nadie venía, eché a correr.

Pero no pasó mucho tiempo hasta que chocara con el cuerpo de alguien.

—Lo sien... —miré a la persona— No. Sabes, la verdad no lo siento en absoluto.

—Qué bien, tampoco yo —asintió Connor—. ¿Qué intentabas?

Mordí mi labio, mientras me daba vuelta de tal forma que no mirara la gran mancha oscura que provocó el agua en mi trasero. Quedamos frente a frente, pero yo tenía que huir a la recepción.

—Nada —mentí—. ¿No tendrías que estar en clase?

—Creo que podría preguntarte lo mismo. ¿Por qué corrías?

—No es de tu incumbencia —mascullé.

—¿Llegabas tarde? —él arqueó su ceja.

—No.

—Sí lo hacías —afirmó, cruzándose de brazos.

—No lo hacía. Y si me disculpas, tengo que irme.

—¿Adónde?

—¡Que no te interesa, maldición! —lo rodeé sin darle el lujo de observar mi inconveniente ni las consecuencias que había dejado.

Comencé a caminar de espaldas hacia lo que creía que sería la recepción del colegio. Connor me miraba expectante, pero yo de todos modos trataba de que mi retaguardia no se mostrara. Hasta incluso tenía mis manos detrás para cubrirla.

Hasta que tropecé con mis propios pies, cayendo de nuevo al suelo. ¿De dónde diablos había heredado mi maldita torpeza?

Escuché a Connor chasquear su lengua y acercarse a paso decidido hacia mí. Me tendió su mano para que la cogiera.

Fruncí el ceño. Y luego analicé la situación.

—Anda, tómala —insistió él.

Si él quería que la tomara, era para después ganar algo. Tendría que decirle adónde iba y con qué motivos, así que hice algo que ni yo me esperaba.

Sonreí y acepté su agarre, pero antes de que tirara de mí, yo tiré de él.

Connor cayó al suelo por la sorpresa a mi lado mientras yo aprovechaba la ventaja del asombro y corría lejos antes de que se diera cuenta de mi culo frío.

—¡Maldita sea, Donnovan! —oí que gritaba.

Corrí cuanto pude, y al entrar por la puerta de recepción, largué el aire mientras me limitaba a respirar arrojada en la pared.

—¿Se le ofrece algo, señorita Donnovan? —preguntó la mujer que estaba detrás del mostrador.

Por poco olvidaba que no estaría sola.

Yo no fuiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora