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Estaba muy segura de que si seguía apretando la mandíbula mis dientes estallarían, así que teniendo en cuenta mi mala suerte, la relajé a regañadientes.

Ethan no exigió explicaciones—cosa que agradecía muchísimo internamente—, pero sabía que en cualquier momento preguntaría al menos qué había ocurrido. Una versión más profunda del propósito de mi cólera e impotencia, aun si en el estacionamiento no lo hubiera hecho.

Me excusé a mí misma diciendo que el viento era demasiado fuerte como para que me oyera, lo que fue una ridiculez: los astros se alinearon para hacer que hoy no se produjera ninguna ventisca durante el resto del día.

Diosito querido, ¿qué te he hecho yo a ti como para merecer este karma?

Mi hermano aparcó la motocicleta en la acera de casa. Rápidamente traté de zafarme de las próximas palabras que estaban a punto de salir de la boca de Ethan, pero al intentarlo...

—Mierda, Allie —escupió él, tendiéndome la mano para que me levantara del frío pavimento. Había caído de bruces contra el suelo al saltar de la moto.

Medio atontada, coordiné mis pies para que caminaran hasta dentro de la gran casa. Al menos eso no podría fallar, ¿o sí?

—Cooper y Zack se preguntarán dónde estás —anunció Ethan detrás de mí—, les enviaré un texto.

—Has lo que quieras —me encogí de hombros, alejándome poco a poco con disimulo hasta las escaleras—; no creo que lo hagan. No teniendo más mujeres a su alrededor que consumen cada neurona de sus cerebros pequeños.

Escuché su risa.

—¿Qué? —Me volteé, decidiendo defender al orgullo— También va para ti. También tienes a prototipos de Barbies colgando de tu cuello todos los días.

—No entiendo por qué las odias. Que yo sepa, jamás has hablado con ellas.

—No tengo que hablarles para saber que son así. Y ustedes tampoco hacen mucho para combatirlas.

—Ahora que ya tengo tu atención —carraspeó él—, ¿vas a decirme lo que pasó?

Mierda. Había sido una trampa.

Hice un gesto con las manos, el que ni siquiera yo sabía cuál fue la intención.

—Una pelea.

—¿Con quién? —presionó.

Mierda, Ethan, no jodas.

Cuando pensé que no tendría más ayuda de la que nunca tuve —para ser más específica: suerte—, papá se apareció en el umbral de la puerta... con una morena colgando de su cuello. Instintivamente desvié mis ojos a las manos de papá; que se encontraban en la cintura de la mujer.

—Allie, Ethan —sonó sorprendido—. ¿Qué hacen aquí tan temprano?

Aproveché la oportunidad.

—¿Qué haces tú aquí tan temprano? Creí que irías al trabajo. ¿Y quién es ella? Por lo que sé, no tu secretaria Monique, aquella con la que te has acostado... no sé, ¿unas doce veces? Mierda, papá. Eres todo un conejo.

Por supuesto, nada de eso fue verdad... excepto lo de ser un conejo. Esa era la pura verdad en toda esta mentira.

La morena se vio enfadada; con la ira corriendo detrás de sus ojos ámbar.

Le dijo algo al oído de Mason y salió de la casa, dando un portazo bastante audible.

Sonreí con suficiencia. Odiaba a todas las mujeres con las que mi padre se acostaba noche... y día.

Yo no fuiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora