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Cooper pisó con demasiada fuerza el freno del coche, lo que hizo que los tres nos inclináramos hacia delante de manera involuntaria. Le dirigí una mirada asesina por tan repentina acción, pero no dije nada. Tomé mi bolso, desabroché el cinturón y bajé del vehículo sin decir nada.

Aún estaba sensible por la venganza que había formado Warren conmigo.

Mis preciadas gomitas no merecían ser tragadas por él.

—Vamos, ¿sigues enfadada conmigo? —cuestionó el muchacho, saliendo de la parte trasera del auto de mi hermano.

—¿Tú crees? —arqueé una ceja a la vez que me volteaba. Luego suspiré, resignándome— De todas formas, creo que fue muy ingenioso. A veces te detesto, y detesto que conozcas todos mis puntos débiles.

Él esbozó una sonrisa de suficiencia que quise borrar de una bofetada.

—Lo siento, ¿sí? Actué por impulso vengativo.

—Oh, no me digas —mascullé sarcástica.

—¿Quieres café? —Preguntó— Para empezar bien la mañana, digo.

—¿Piensas que después de la muerte macabra de mis gomitas, puedo empezar bien?

—Ya conseguirás más, no es el fin del mundo —puso los ojos en blanco mientras nos dirigíamos a la cafetería frente al edificio.

—Sí, lo es —contradije—. Y claro que conseguiré más, tú te encargarás de ello.

—¿Qué?

Empujó la puerta de la cafetería y me cedió el paso.

—Ya me oíste.

—Yo no te reemplazaré el suministro, Allison. Tú sola te hiciste esto, acepta las consecuencias.

—Warren Harries, no empieces una discusión que sabes que ganaré.

—A veces puedes ser muy arrogante y agobiante, ¿sabes? —bufó y se sentó en una mesa apartada junto a la ventana. Afuera se podía ver a la marea de estudiantes llegando a la institución, corriendo a encontrarse con sus amistades.

Me senté frente a él.

—Creo que es lo que heredé de mamá —comenté—, los simios no tienen esa arrogancia.

—Hay veces en las que me pregunto de que si yo fuera tu hermano de sangre me tratarías igual que a ellos —rió.

—Absolutamente —confirmé, dándole una mirada severa; lo que le causó más gracia.

—Buenos días, ¿qué desean tomar? —preguntó la voz femenina de la empleada rubia teñida.

La estudié mejor aprovechando que ponía su atención en Warren. Su etiqueta en el delantal la nombraba como "Savannah". Su cabello era largo hasta la altura de las costillas. Alrededor de sus ojos había líneas negras regulares, y las acompañaba unas pestañeas negras y alargadas. Sus ojos azules resaltaban toda esa apariencia. Era muy bonita.

Savannah se retiró —brindándole una sonrisa coqueta a mi amigo—, mientras se pavoneaba en unos tacones de cinco a siete centímetros.

—Carajo —entonces dije.

—¿Qué? ¿No querías capuchino? Puedo cambiar la orden.

—No Warren, no es eso —miré hacia el lugar donde la chica se había ido—. Es sólo que me pregunto qué hacen para ser tan bonitas. ¿Venden su alma al diablo o algo?

—¿Qué?

—Obviamente, no la has analizado por estar tan centrado únicamente en sus tetas.

—Te estaba pidiendo el capuchino. Si le hubiera mirado las tetas, yo ya estaría en el baño con ella.

Yo no fuiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora