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Eran sólo las diez y cuarto de la mañana para cuando Connor Adams optó por buscarme con la excusa de recordarme la sesión de mañana. Si era así de pesado con el tema, creo que sería una buena justificación para finalmente golpearlo.

—Sólo digo que evitarlo no te ayudará en nada —se encogió de hombros.

—No soy idiota; ya sé eso.

Trisha se había encargado de lo que entendiera.

—La única que se perjudicaría seré yo de lo contrario —añadí—, así que por más que te deteste estoy obligada a pasar tiempo de estudio contigo. Pero es para mi buena causa; y todos tenemos que hacer sacrificios.

—Lo dices como si fuera algo malo.

—¿No es evidente? —Arqueé una ceja— ¿Qué parte de "te detesto" no comprendiste?

—¿Tú sabes cuántas chicas quieren estar en tus zapatos ahora mismo?

—Y aquí vamos con el egocentrismo.

—Sólo digo, All.

—Por última vez, ¡deja de llamarme así!

—No entiendo por qué te molesta, sinceramente. Es sólo un apodo.

—Que me fastidia porque me lo dio una persona a la que odio.

—Creo que hay otra razón.

—No la hay.

—Y creo que estás mintiendo.

—No lo hago.

—¿Segura?

—Totalmente. Ahora deja de molestarme.

—¿Yo te molesto?

—Sí. Y me haces perder el tiempo. Así que esfúmate.

—Vete tú —desafió.

—Mm, no lo creo. Estoy en mi casillero —señalé.

—No exactamente. Estás en el de William.

—Warren —corregí. De todos modos, ¿dónde estaba él? Se suponía que debíamos vernos antes de la próxima clase—. Y da lo mismo.

—Escuché que irás a la fiesta de Roxie y sus hermanas.

—¿Y te importa? —fruncí el ceño.

—No, en absoluto; pero tengo curiosidad de saber por qué.

—¿Qué, acaso no puedo divertirme e ir a alguna fiesta un sábado por la noche?

—No te veo como una niña de tacones.

—¿Quién dice que llevaría tacones? Y no soy una niña.

—¿Planeas ir en jeans y zapatillas deportivas? No me hagas reír, All.

—No estoy intentando divertirte. Sólo digo que odio que me subestimen.

—¿Cuándo he empezado a hacerlo? —Enarcó la ceja como si fuera involuntario— Dios, eres muy complicada.

—Gracias —sonreí—. ¿Y tú? ¿Irás?

—No lo creo —negó con la cabeza mientras arrugaba la nariz.

—¿Por qué?

Cambió su peso a una pierna mientras se cruzaba de brazos y me miraba desde su altura de jirafa. Su mirada demostraba que me estaba evaluando.

¿Pero por qué?

—¿Y te importa? —entonces entendí que estaba usando mis palabras en mi contra.

Yo no fuiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora