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—He notado que los adornos navideños están deteriorados, algunos incompletos o totalmente rotos —Trisha dijo en el medio del centro comercial—. Y ni hablar del árbol.

—Espera, espera, espera —interrumpí—. ¿De verdad has subido al ático ayer?

—Pues no tenía otra cosa que hacer, tesoro —se rio—, sobre todo cuando estuvieron a punto de desnudarse el uno al otro en mi cocina; algo súper romántico.

—¡¿QUÉ?!

—¿Crees que no los he visto u oído?

—¡¿QUÉ?!

—No pasa nada, Allie; pero tuviste suerte.

—¡¿QUÉ?! —repetí, poniendo los ojos como platos por su frase.

—Tuviste suerte, algo sumamente impresionante dada tu... situación, porque no fue tu padre quien te encontró con tu tutor en las altas horas de la noche sobre el mostrador de su cocina. Sí, no pasa tan a menudo.

—Mamá, yo...

—No, no digas nada. Lo entiendo, yo también... pasé por lo mismo a tu edad.

—Ni que fueras tan vieja —fruncí el ceño—. Apuesto a que seguirías haciéndolo. La edad es una excusa estúpida.

Trisha se rio mientras cargaba las bolsas de compras.

—Sí, tienes razón.

—¿Podemos hablar de ese tema? —indagué.

—¿Cuál tema, cielo?

—Tú... Tus relaciones amorosas... Tú y... —me callé antes de que fuera tarde.

—¿Yo y... quién?

—Tú y... el amor.

—¿Por qué de repente me haces estas preguntas? —volvió a carcajearse.

—No te burles. Sólo quiero curiosear. Anda, hablemos.

—Allie, ¿qué está pasando?

—¿Nunca has pensado salir con alguien más, retomar el camino que terminaste con mi padre, empezar una nueva relación? ¿Nada de nada? ¿Nadita?

—Por supuesto que he pensado en ello Allison, pero no tuve la oportunidad de hacerlo realidad.

—¿Segura? ¿Muy, muy, muy segura?

—Allison, ¿qué estás...?

—Sólo quiero saber. Anda, ma; ¿porfa?

Trisha resopló. Señaló a una banca que estaba posicionada en el medio del centro comercial, junto a la fuente de agua, y ambas nos sentamos.

—Desde que tu padre y yo nos divorciamos, cada uno ha tomado su propio camino en este tema del "amor"; pero eso no nos impide quererlos de la misma manera a ti y tus hermanos.

—Ma, te estoy preguntando si no tienes algún novio oculto en depósito de la pastelería o algo así —me reí. Y después me puse seria—; no literalmente, ¿verdad?

—Ay, Allison —se carcajeó—. No tengo ningún novio metido en el depósito de mi trabajo.

—Okey. ¿Y qué tal en la oficina de Bob?

—En la oficina de mi jefe no hay ningún novio mío.

—Sí sabes a lo que me estoy refiriendo con estas indirectas, ¿verdad, mamá? ¿Puedes ahorrarme la saliva y simplemente contestar lo que quiero saber?

Mi madre chasqueó la lengua y con una sonrisa se relajó contra el respaldo de la banca de madera.

—Vamos a comprar el árbol de navidad, anda.

—¿Qué? ¡No estamos ni siquiera en temporada navideña! Deja de evitarlo. ¿Quién es?

—Eh... yo... Allie, he querido decírtelo pero...

Y qué oportuna fue la persona que llamó al celular de Trisha para detener lo que me estaba por confesar. Sinceramente, esa persona se merece todas las putas gomitas de este puto universo —atención: la base de pensamientos sarcásticos ha sido actualizada—. Mi madre se puso de pie del asiento y atendió.

—¿Hola? Oh.

Me dirigió una mirada, caminó unos pocos metros más lejos de mí intentando ser sutil —lo que no logró porque claramente me di cuenta—, y siguió hablando.

A paso silencioso me acerqué a ella por la espalda para poder escucharla.

—No puedes llamarme así —susurraba Trisha—. No, claro que quiero, pero no... Oye, para empezar no fui yo quien decidió hacer esto... ¿Qué tiene que ver eso? No, por supuesto que no. Dejemos eso, no puedes llamarme a esta hora; ¿qué sabes tú si es que estoy en otra cosa con otras personas? No, ¿es que no sabes leer entre líneas? Pues claro, hombre tenías que ser. No, Dios, no me estoy burlando, pero...

Entonces le toqué el hombro y como me lo esperaba, dio un brinco de terror.

—Te llamo más tarde.

Y colgó.

Ella me miraba inocente mientras mi ceja estaba completamente arqueada.

—¿Quién era? —pregunté.

—Bob.

—¿Tu jefe?

—Sí.

—Ah. Vaya, no sabía que a tu jefe le hablabas de tal manera —me encogí de hombros.

—No, yo...

—Ya —alcé una mano—. Lo hablaremos en casa. Ahora, desafortunadamente, tengo que escoger un par de zapatos para el maldito baile de invierno.

Su rostro se iluminó como árbol de navidad. El cual, varios meses más tarde, tendré que volver a comprar. 

Yo no fuiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora