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Encontré el camino a casa con mucha facilidad. Cuando la localicé, unas ocho manzanas más tarde, me dirigí hasta la puerta de entrada. Tomé mi juego de llaves y presentí la ausencia del caos —o dicho de otro modo, mis hermanos— reinando en la sala principal. Arrojé la mochila a uno de los sofás, y seguido a esta me recosté apoyando los pies en un brazo del sillón. Me quedé mirando el techo sin hacer nada productivo.

Y eso era básicamente lo que hacía todos los días, así que da igual.

—Oh, aquí estás —dijo la voz de mi padre—. He conseguido tu móvil, creo que uno de los chicos te lo habrá mencionado.

Rápidamente, y recordándolo, salté del asiento como si tuviera un cohete en mi trasero.

Una sonrisa comenzó a aparecerse por mi cara de manera estúpida.

Mason traía entre sus manos una caja pequeña de color blanco. Me la tendió para que la tomara y eso hice sin objetar absolutamente nada en su contra. La verdad es que ya estaba poniéndome nerviosa al no tener un celular decente, o propio de mí.

—Tiene la batería cargada hasta la mitad —indicó.

—Gracias.

—Recuerdas su condición, ¿cierto?

Ahí estaba.

—Sí, pero también recuerdas que no lo prometía al cien por ciento, ¿verdad? Haré el mejor intento. Creo que fallará sabiendo cómo soy.

Era en parte mentira porque mis comentarios hacia sus... invitadas, como él las había llamado con anterioridad, eran involuntarios. Sólo salían de mi boca.

Pero él tenía que creer que de verdad estaba tratando de ser más educada.

Lo cual no pensaba ser para nada.

Pero él debía creérselo al final.

Mason bufó.

—Sí, Allie, pero te lo pido por favor. Cualquiera podría ser tu futura madre.

—¿Te acuestas con ellas para decidir a quién hacerla tu esposa? Papá, ya tengo a mi mamá, y se llama Trisha.

—Ah, casi lo olvido: ella llamó hoy por la mañana. Quiere que le devuelvas la llamada. Gracias por hacerme acordar.

¿Mamá me había llamado? ¿Por qué?

—Oh, claro. Tenía que ser obvio —suspiré—, si no hubiera sacado el tema de tus amiguitas laborales no lo hubieras recordado.

—No es cierto.

—¿Alguna vez te importó mamá?

Bueno, la pregunta estaba hecha aunque no quería hacerla.

—Si no lo hubiera hecho, tú y tus hermanos no estarían aquí. Y no olvides que ella fue quien pidió divorciarse de mí.

—No estoy preguntando quién lo decidió en un principio, sólo quiero saber si la sigues queriendo.

—Es tu madre, por lo tanto me importa que esté bien. Pero, ¿amarla? No lo creo. La amé en su momento, pero ya sabes, pasó lo que pasó.

—Nunca lo tuve en claro en realidad.

—No me hagas revivirlo, ya cerré ese capítulo en mi vida.

—Y por eso abriste otro en donde eres todo un sexópata —concluí.

—¿Sexópata? ¿En serio? —elevó una ceja.

—Dime otro adjetivo para describirte que involucre a tus actividades físicas grupales de día y noche.

Yo no fuiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora