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¡Lo juro, no fue mi culpa, profesora! —chillé yo.

—Señorita Donnovan, controle el tono de su voz —reprendió—. Ahórrese los comentarios, está tan involucrada en esto como el señor Peter Evans. Detención una semana.

Mierda. Ahí iba otra oportunidad arruinada de coquetear con Evans.

Y para colmo, tenía castigo. Por cinco días.

Peter me fulminó con la mirada de una manera muy brutal, una que podría haberme herido de no ser porque estaba concentrada en no estallar en gritos de injusticia.

Sin embargo, no dijo nada. Algo que me molestó mucho.

Volví a mi asiento, refunfuñando por lo bajo. Lo último que me faltaba era que Cruela número dos me oyera y me agregara una semana más.

Abrí el libro de Física y me centré en los ejercicios. Eran sólo tres, pero la verdad es que no tenía ánimos para realizar absolutamente ninguna de las ecuaciones.

Durante el tiempo restante de la clase fingí hacer la tarea cuando la profesora me veía con ojos amenazantes, de esos que dicen "tengo muchas ganas de complicarte absolutamente la vida entera". Bueno, tal vez no tan así, pero sé que tenía la intención de ponerme doble castigo por cualquier metedura de pata que me mandara nuevamente.

Así que debía ir con cuidado. Qué ironía para alguien como yo.

Y entonces el timbre sonó y me sentí liberada de todo mal.

Recogí a tiempo récord mis cosas, y salí disparando hacia los pasillos como si mi vida dependiese de ello. Y bueno, básicamente era lo que estaba pasando.

Me encontré con Warren al momento en que salí a tomar aire fresco. Estaba en una de las esquinas... con un cigarrillo entre sus labios.

No era que no supiera que él fumaba, pero la verdad siempre me fastidiaba. Fui a paso decidido hasta su encuentro y cuando me vio, se quitó la cosa de la boca como si pudiera esconderlo de mí.

—No seas estúpido, ya lo he visto —advertí con la ira cargada en mis palabras—. Sabes que me irrita.

—No sabía que estuvieras aquí afuera —dijo mientras me tendía el cigarro apenas consumido—. No lo habría hecho de haberlo sabido, ya lo sabes.

—¿Por qué lo haces? —pregunté mientras lo arrojaba al suelo y lo pisaba hasta apagarlo.

—Me calma.

—¿De qué, exactamente? —inquirí cruzada de brazos.

—No lo sé... los sentimientos.

—¿Sentimientos? —Fruncí el ceño— ¿Puedes explicarte mejor?

—No creo que lo entiendas si yo no lo hago, de todos modos —suspiró—. ¿Qué hay de ti? ¿Te fue bien?

—No, Henderson me impuso un castigo —bufé, frustrada.

—¿Qué? ¿Por qué? Tú no te portas mal.

—Lo sé, pero estaba haciendo algo para una buena causa... —Mi buena causa.

—¿La cuál era...?

—No te diré, te burlarás.

Su sonrisa se amplió. Algo me decía que ya lo estaba insinuando y sus sospechas se confirmaron.

—Intentabas coquetear con Evans otra vez, ¿no es cierto?

—No —mentí.

—¡Allison! —Se carcajeó— ¡Por el amor a todo lo bueno!

Yo no fuiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora