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Mantenía mis manos intranquilas mientras jugaba con el juguete que había obtenido de la cajita feliz que Warren me había comprado antes.

Ay, Warren. ¿Por qué no pudiste comprender mis razones allá en el baño del cine?

—Ya llegamos —musitó la voz de Connor a mi lado, deteniendo el coche de Jayden en la calle de mi hogar.

—Gracias por traerme —dije con sinceridad; pero aún examinando el perro azul que tenía entre los dedos—. Y por ver La princesa unicornio conmigo —añadí, sonriendo como niña en Navidad.

Escuché la risa murmurada de él.

Levanté la vista y noté que descansaba todo su peso contra el asiento de cuero. Se reía de la manera más extraordinaria y sexy posible en todo el mundo. Como si ya hubiera estado predestinado a, con cualquier cosa que hiciese, lucir de tal modo.

—No hay problema —cortó mis pensamientos incoherentes—. La verdad es que al menos ya sé dónde debería buscar una llave que abre las puertas al mundo Arco Iris. Cada día se aprende algo nuevo, qué va —rio más; lo que causó que le copiara el gesto.

—Y recuerda que nunca debes fiarte de las hadas que viven dentro de las flores más preciosas.

—Sólo de las que viven dentro de los troncos de árboles viejos, lo recuerdo —sonrió, negando con la cabeza.

Luego de un par de carcajadas más y bromas sobre la película para niños de cinco años, quedamos sumidos en un gran y denso silencio.

—No recordaba que fueras alérgico a la mantequilla de maní —así que busqué conversación—. Jayden me lo dijo, pero...

—Lo que hiciste, como actuaste en esa situación, fue perfecto —interrumpió, mirándome seriamente.

—Improvisé, lo juro, yo no...

Él se desabrochó el cinturón de seguridad. Mierda, ¿hacia dónde iba esto?

—No pudiste simplemente improvisar, sabías exactamente cómo tranquilizarme. ¿Ya te ha pasado? ¿Tienes anafilaxia, o has sido testigo de una?

—Lo juro Connor, esta fue la primera vez que vi semejante cosa —contesté, siendo honesta al cien por cien.

Asintió con la cabeza; ¿conforme con mi respuesta? Ni idea.

Y... volvimos al silencio; joder.

—Será mejor que vaya a casa —murmuré.

—Quédate conmigo —pidió.

Puse los ojos mientras lo miraba expectante.

—Sé que sonó mal, maldición —soltó de prisa—, pero en el sentido más inocente de la frase... por favor quédate.

—No puedo —y tampoco quería... creo.

—All, vamos. Una noche; al menos sólo una.

—¿Para hacer qué? —Fruncí el ceño— No quiero averiguar tus verdaderas intenciones.

—No me acostaré contigo. Lo prometo; prometo no tocarte ni un pelo.

—Connor, mi padre me está esperando tras esa puerta —señalé mi casa—. No puedo sencillamente no entrar; y tampoco puedo quedarme esta noche contigo. No quiero, además. Esta noche fue divertida después de que ocurrió lo que ocurrió, de verdad, pero no puedo prolongarlo más. Mañana volveremos a ser tutor y estudiante, no entiendo qué cambiaría todo esto básicamente.

—Para mí es muy diferente ahora.

—¿Me lo explicas? —pedí.

—All... Yo jamás le rogué a alguien que se quedara conmigo una noche. No sé por qué estoy haciendo esto en realidad, pero de lo que sí soy consciente es que tengo el enloquecedor deseo de pasar lo que queda de la noche contigo; haciendo cualquier estupidez juntos. Por favor, ven conmigo.

Yo no fuiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora