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ALLISON


Lo quería. Me quería también. Acabo de confirmarlo.

Atraje más su rostro poniendo mis manos en sus mejillas. Era un beso salvaje, con muchas intenciones detrás de él, necesario y urgente, poderoso. Era de ese tipo de besos repentinos irreemplazables, que no se podían posponer más de lo debido; de ese tipo de besos que te hacían desear más y más... y más aún.

No podía obtener mucho de Connor en este lugar, pero hasta ahora mi mente estaba demasiado nublada como para crear un pensamiento coherente y con sentido lógico.

Él mordió mi labio y llevó sus dos manos más abajo de mi espalda, a mi trasero.

Apreté más los párpados. No era el momento ni el lugar, pero no podía pensar en otra cosa que no fuera él y yo; piel contra piel finalmente.

—Connor —gemí con desesperación.

—All —respondió él—, no te das una idea de cuánto deseo esto.

—Vamos a hacerlo.

—Te llevaré a casa. Tienes toda la espalda húmeda y pegajosa.

Cualquier intento de insinuarle mi pensamiento, fracasó instantáneamente.

Él no habría rechazado una petición de tener sexo nunca. Lo evitaba porque no sólo sentía que yo no estaba preparada, sino que él tampoco lo estaba.

Y eso podría ser lo mejor en este preciso momento. Mañana podría meditarlo mejor.



El enfado, la impotencia, y las ganas de arrancarle cada mechón de cabello —y de pestañeas— a Roxie Dowell se desvanecieron cuando Connor tomó mi mano en el camino al coche de Jayden. Sólo hacía falta eso: saber que estaba para mí si lo necesitaba.

Y eso me dio a entender allá en los casilleros, a pesar de todo.

No obstante, el disgusto regresó cuando vi a su hermana, Lexie, viniendo hacia nosotros de frente.

Si no era con Roxie, sería con una de sus hermanas.

—¡Te mataré! —Corrí hasta ella— ¡A ti y a Roxie!

—¡Eh, Allison! ¡Cálmate! —Connor pidió a gritos, mientras trataba de alcanzarme.

El rostro de Lexie Dowell demostraba claramente confusión y estaba paralizada ante mis palabras. Bien, al menos la había intimidado.

—¡Estoy calmada, sólo quiero golpearla! —Detuve mi paso— Dicho así me estoy contradiciendo, ¡pero da lo mismo, quiero golpearla! —y entonces lo retomé.

—¿Por qué? No ha hecho nada.

Encontró mi antebrazo y tiró de él de manera tan abrupta que me resbalé y casi me caigo de no ser porque sus manos me sujetaron a tiempo.

Malditos tacones.

—Ella no —respondí—, pero sí su hermana.

—No me hago responsable de lo que haya hecho alguna de mis hermanas —dijo Lexie—, no soy culpable de nada.

—Por supuesto que sí, tú quieres lo mismo que ellas. Y me odian a mí por tenerlo, está bastante claro.

—No te lo negaré; tienes lo que queremos, sí —miró a Connor y después bajó la vista hacia mí nuevamente—. Pero eso no significa que yo, es decir mi propia persona, quiera quitártelo como ellas piensan que quiero.

Yo no fuiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora