Japón

2.6K 410 822
                                    

1930

Nací en la realeza, mi vida estaba llena de joyas preciosas, telas suaves y brillantes, hombres que mataban por verme a los ojos.
Pero yo me mantenía en mi castillo, Himeji, mi hogar por mucho tiempo.
Me fascinaba ver las flores de cerezo abrirse en primavera y que los pétalos bañaran el río.

Muchos envidiaban mi vida, pero no podía escucharlos a través de los muros de mi palacio.

Un día, como cualquier otro, salí a dar un paseo sola, decidí esta vez no salir con mis sirvientas, para estar a solas con mis pensamientos.

Me senté en mi mesita de té, observando como los hombres cortaban los arbustos a la perfección y hacían figuras en la arena.
Impecable, como debe de ser.

- Señorita - uno de mis sirvientes se acercó con las manos temblorosas y sin voz - ¡Un hombre!... ¡está afuera esperándola!.

- Oh ¿Enserio? - puse mi mano en mi mejilla - Dile que si no viene con un regalo no lo dejare pasar.

- Si trajo... un regalo - trago saliva nervioso - Pero dijo que quería ver su reacción personalmente.

Es una táctica nada común que el varón quiera darle el regalo personalmente, pero quizás es algo muy sofisticado.

Corrí, colocándome mis Geta para no caminar descalza.
Al salir me encontré a un hombre con traje negro y un sombrero que le hacía juego, cabalgando un caballo gigantesco de color negro.

Me acerqué con precaución, pero con la frente y la barbilla en alto. Nadie me haría perder mi tiempo.

- Espero tu regalo valga la pena para hacerme salir de mi jardín - me acomode el kimono deteniéndome a unos metros de él.

- Oh créeme, yo creo que si lo será - uno de mis sirvientes se acercó con una pecera.

Tenía una fina decoración de bambús, piedras grandes y una cueva. Adentro de ella salió una lagartija rosa. Me sorprendí, dando dos pasos hacia atrás suspirando, pero al mismo tiempo sentí ternura por la criaturas y sus pequeños ojitos.

- Que lindo - puse el dedo en el cristal de la pecera.

- Es un ajolote... no muerde - el extraño se bajo de su caballo, dándole la rienda a uno de mis sirvientes.

- ¿Cual es su nombre? - Levante la cabeza, viendo al hombre que me sacaba dos cabezas.

- Llámame como quieras - tomo mi mano, dándole un beso en los nudillos - Pero mis amigos me llaman México.

Levantó el sombrero, mostrándome al chico debajo de este. Con ojos tan bellos que pudieron atravesar mi alma.

Si no fuera por mis sirvientes, me hubiera caído hacia atrás de la impresión.
No esperaba ver a un representante americano aquí.
Menos a él.

Se veía tan varonil, amenazante, intimidante... y al mismo tiempo gentil y agradable.
La piel la tenía bronceada con marcas de rasguños y sus dedos a pesar de sentirse suaves al tacto estaban cubiertos en cicatrices y vendas.

- Tú regalo es bien recibido - asentí componiéndome - Pero usted caballero debió llamar antes de venir.

- Discúlpame, venía con prisa... sólo era un viajecito pero si deseaba conocerla tan siquiera un instante - su sonrisa me distraía de verdaderamente escucharlo, tenía colmillos afilados y la lengua como la de una serpiente, te hipnotizaba cada que hablaba.

- Bueno, ya me conociste, ¿ahora que? - me giré dándole la espalda.

- Quiero ver donde pondrás al ajolote que te regale - se cruzó de brazos.

Lo lleve a mi jardín, donde tenía un rio artificial muy frío, me hinqué enfrente de este suavemente metiéndolo para ver si le gustaba  y nado de maravilla, se veía muy contento.

- Ahi esta Perfecto - me susurro.

- Que bueno - Levante la mirada para verlo.

Pero se había desvanecido, así como si nada.
Como si fuera nadie.

Me indigné muchísimo con su acto.
Ni siquiera se despidió, ¿que le sucede?.

Al día siguiente preparé un té con galletas para mi.
Tomando y comiendo sin preocupaciones, pensando en que compraría esta vez.
Pensaba en un collar de oro con perlas, me quedaría muy lindo con el kimono celeste que traía puesto.

- Estos corales te quedarían bien - Una voz detrás mía me hizo saltar.

Era México de nuevo, con la misma sonrisa maliciosa; en las manos tenía un collar de corales muy hermoso que me hizo alucinar.
Pero no quería aceptarlo de un grosero.

- Eres un tonto - me cruce de brazos - Baka.

- No soy una vaca - se sentó en la silla de enfrente, en una posición cero fina, con las piernas abiertas y en sombrero de lado.

- Baka significa tonto - le di un sorbo al té - Y no pienso aceptar un regalo tuyo.

- ¿Por que no muñeca? - jugó con el collar, moviendo sus dedos para cambiarlo de lugar.

- Por que eres un grosero, no te despediste de mi ayer - me cruce de brazos.

- Ah sabía que algo se me había olvidado - se burló.

Le serví té, si ya estaba sentado tan siquiera podría servirle algo. Su mirada mientras llenaba la taza me intimidaba un poco. Quería lanzarle la taza completa.

- Y... ¿a donde ibas? - pregunte para romper el silencio.

- Oh me estaba dando una vuelta... ya había visitado Italia, Francia y pensaba pasar en URSS, pero tuve un contra tiempo y decidí venir aquí - le dio un sorbo al té.

- ¿Cuánto tiempo?.

- Lo suficiente para conocerte.

- Eres tierno, pero hay una fila de hombres que quieren conocerme y tu te la saltaste.

- No soy fan de las filas ni de esperar - levantó la barbilla - ¿Quien está en esa fila exactamente?.

- Etiopía, Tailandia, Egipto - sonreí orgullosa.

- Oh por favor son sólo tres nombres - se rio - Esperaba una fila de veinte.

- ¿Y tú cuántas personas tienes en tu fila? - le reclame.

- Aquí va la cosa, corazón - levantó un cigarro, prendiéndolo e inhalando - Yo no hago filas... ¿entiendes?.

Es un coqueto mujeriego, eso me estaba dando a entender.

- Me estoy dando un descanso de las relaciones.

- Si supe... con Estados Unidos - giré los ojos.

- Exacto, ahora soy un hombre nuevo y no tengo tiempo para cursilerías - se levantó tomando una galleta de la mesa y comiéndosela.

- ¿Entonces por que estás aquí? - me levante detrás de él.

- Para darte el collar - apuntó a mi cuello sin verme - Por cierto té queda bien.

Mire a mis clavículas, viendo el collar puesto.

- ¿Como.... Lo hiciste? - suspiré.

Se giró, sus ojos brillando con la luz que reflejaba el río, sonrió con el cigarro en la boca y colocó su mano en mi cabello.

- Eres muy tierna - exhalo humo por la nariz que lo hacía parecer un toro... o un demonio.

Quizás era un demonio el que me visitaba.
Y si era un demonio... ¿por que era tan lindo?.

Representantes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora