Vaticano

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Mi rol en la sociedad es complejo pero me satisfacía seguir la palabra de Dios.

Nací siendo un representante normal, pero la religión me cautivó, me sentía completa con esta y hacer que otros se sintieran como yo era lo que más me sacaba una sonrisa.

Algunos representantes de unieron, otros me rechazaron, pero uno más o uno menos lo que importaba eran los humanos. Ellos me seguían ciegamente, bueno, a los papas que yo les decía que hacer o decir.
Yo soy la mente maestra detrás de sus palabras, los discursos los escribía yo al igual que las oraciones.
Soy un genio en este tipo de cosas, amo escribir, amo escuchar las campanas de las iglesias como melodías viejas, al igual que leer.

Pero por un largo tiempo, he tenido un secreto que me carcome por dentro como si el pecado fuera una carie en mi corazón.

España cuando encontró America, me trajo a muchos niñas y niños representantes para que los bautice.
Todos compartían la misma historia, sus madres o padres eran asesinados y España los adoptaba.
Era extraño pero no lo juzgaba, al fin y al cabo estaba haciendo la obra del señor en el nuevo mundo.

Bauticé a Colombia, que era una niña preciosa pero no había brillo en sus ojos, al igual que a Perú, a Argentina, a muchos chicos.

Y luego un chico, de alrededor de diecisiete entro a la iglesia, encadenado del cuello, brazos y piernas, que aún con todo el peso batalló contra los guardias que lo jalaban a una distancia razonable para no salir lastimados.

El chico llevaba unos shorts rotos, tenía cicatrices en todo el cuerpo y en comparación con los otros niños era el más grande, el más fuerte y el más bravo. Todavía recuerdo su cabello largo hasta los hombros, su piel bronceada y sus ojos miel.

Me cautivo, toda su apariencia y su actitud.

- Este es mi orgullo, Nueva España - España lo apuntó - Pero cuidado, suele arrancar dedos.

- Que exótico - le susurre.

- Debiste de ver a su madre, esa mujer media más que ambos juntos y era el triple de agresiva.

- Ya veo - me acerqué lentamente al chico.

Nueva España me miro con los ojos bien abiertos, lanzándose lo más que podía con el impedimento de las cadenas para pegarme.

- Hola - sonreí mirándolo de pies a cabeza - Soy el Vaticano.

Acerqué mi mano para tocarle la cabeza como le había hecho a los demás niños, que accedían si más.
Pero este no era como los demás y debí de pensarlo dos veces.

Saco de una de sus manos un pedazo de metal, cortándome la palma de la mano y lanzándose encima mío para clavármelo en la frente.

Los guardias lo jalaron, dándole golpes con látigos y palos con clavos para aplacarlo.

España se acercó a mi checando si estaba bien preocupado

- Lo siento, le juro que ahora recibirá su merecido - se levantó ordenándole a los guardias que lo azoten diez veces en la espalda.

Mire la palma de mi mano, viendo que mi herida formaba una cruz perfecta. Solté un suspiro asombrado.

- No no lo azoten - ordene.

- ¿Estás seguro? - España junto las cejas confundido.

- Este chico tiene algo especial... Dios me lo acaba de demostrar - le susurre mostrándole mi herida.

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