Antartico (1)

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Hace muchos tiempo, antes de que las semillas llegaran a la tierra, Madre me creo.

Del universo solo recuerdo el frío y la oscuridad, y a veces las cálidas manos de Madre que me formaban.
A veces sentía un beso en las fibras de mi aura.

Pero a veces sentía más a Padre conmigo, hasta que deje de sentir a Madre.

Cuando baje a la tierra, tuve que escarbar desde lo más profundo del suelo del océano, para poder subir a la superficie. Era un chico, en años humanos tendría diez años, pero mi mentalidad estaba intacta, seguía siendo muy inteligente.

Me sentía como un ángel caído del cielo, de estar en la gloria, estaba entre la mugre.
Aquí si sentía hambre, frío, dolor, no lo soportaba, quería regresar al universo, quedarme ahí para siempre.

Por suerte tenía poderes en el océano, podía ir muy rápido, quedarme una hora bajo el agua sin respirar y transformar el océano a mi gusto.

En cuanto supe controlarla a la perfección, pise tierra, apenas había cumplido mis quince años.

Unos habitantes de la antártica me vieron llegando, estaban sorprendidos de que estuviera bajo el agua, sin ropa y que no me hubiera muerto.
Se acercaron a mi gritándome "Niño, ¿te encuentras bien?", mientras me cubrían con telas y pieles de animales.
A pesar de ser un completo desconocido, me adoptaron, nombrándome Alek y tratándome como si fuera un hijo.
Me enseñaron a cazar, a cuidar de mi tribu, a ser un líder más que nada. Todos estaban contentos conmigo por que podía bajar al agua y pescar cuantos peces quisiéramos, a mi me divertía mucho ver a los niños jugar con los peces y actuar como si fueran yo, escarbando en la nieve y metiéndose para ver cuánto aguantaban.

Pero un desafortunado día, pasó lo que más temíamos.

Apenas había llegado de cazar con unos cuantos hombres, cuando una mujer salió del iglú completamente aterrorizada, gritándome que no encontraba a su bebé, que se había quedado dormida y que él Niño de siete años de había salido sin avisar.

Saque mi arpón y corrí buscándolo, yendo a la orilla de donde estábamos, donde había millones de pingüinos que ni se inmutaban por el humano petrificado cerca de ellos.
Lo llame varias veces, me volteaba a ver pero no hablaba con temor.
Cuando me fui acercando poco a poco me di cuenta de que el hielo en donde estaba parado se estaba rompiendo, le grite varias veces que se tirara al suelo y que gateará lentamente hacia mi.
Me hinqué listo para tomarlo en cuanto estuviera cerca, pero de reojo pude ver el hielo quebrándose mas, acercándose a mi.

Y antes de que pudiera salvarlo, una ballena asesina rompió la fina capa de hielo en donde estábamos, mordiendo las aletas de unos pingüinos y jalándolos al agua para comérselos. Caí al agua, al igual que el bebe, que ni nadar sabía.

Recuerdo sus gritos ahogados, la manera en la que movía sus manos para salir, pero yo sabía que no lo iba a lograr. 
Una de las ballenas me confundió por un pingüino, tomándome de la pierna y jalándome hasta lo ondo Del Mar. Le pegue un mordisco en la nariz, que hizo que me soltara, pero al niño ya se lo había llevado una ballena igual, el rastro de sangre era lo único que quedaba.

No quería salir a la superficie, no podía después de lo qué pasó. Le había fallado a la tribu, no podía regresar yo vivo, y él muerto.

Así que seguí a las ballenas a donde ellas fueran. Eran muy inteligentes, entendían que yo era un niño sin manada. La ballena a la que le pegue el mordisco,  se llama Pilu por cierto, dejo que me quedara.

"Antártico, ¿le hablaste a la ballena o como sabes?"
Si, hablé con ella y después de una votación, todas aceptaron que me quedara.

Una de las ballenas, Ivaana, había perdido a su cría por una tribu que decidió asesinarla cuando vio que se atoró en un lago. Así que sorprendentemente, me adopto.

Naja y Nukarta eran unas excelentes cazadoras, Pilu era la líder y Sialuk era como la copiloto de Pilu, siempre estaba a su lado.
Al ser un grupo matriarcal, solía ser la burla por ser el único hombre. Pero lo bueno de tenerme, era que todas se habían puesto de acuerdo en que yo vengaría al hijo de Ivaana, matando a la tribu que lo había asesinado.

Y lo hice, en una noche de tormenta de nieve, fui uno por uno, degollándoles las cabezas a todos.
No sentí remordimiento, todos eran unos bárbaros sin corazón; Matar a una ballenita bebe era de enfermos.

Después de cumplir mi promesa, me acompañaron al Océano Pacífico, ahí tuvimos una emotiva despedida.
Ivanna había tenido a su segundo hijo, bueno, ella dice que tercero por que yo soy su segundo hijo.
Si me hizo llorar la verdad, pero ya era mi momento de marcharme y dejarlas.

El cambio de temperatura si me afecto mucho, tenía que salir y quedarme en una isla antes de volver a meterme al agua.
Pero me adapté, y mis aventuras lentamente se fueron formando. A veces me quedaba por donde ahora son Los cabos, a veces en Costa Rica, Cuba, Baja California, por ahí andaba a veces, disfrutando de cazar, conocer y vivir.

En 1620, ya después de mucho tiempo de vivir en estas tierras, por fin llegó una de mis etapas favoritas de la historia.
La piratería estaba en su apogeo, en su época de oro, y si, me encantaba. Ver sus enormes barcos me tenía asombrado.
Las guerras, las batallas, los robos, el caos, los atuendos, me fascinaba.  A veces asaltaba barcos y me los quedaba.

Por eso, me hice una leyenda entre los piratas, no era temido por que pensaban que solo era un mito. Por que nadie jamás vivía para contarles como era.

Un marzo de 1650, conocí a Pacífico.

Supe que era una semilla por que Madre me lo dijo en un sueño.

Estaba como cualquier otro día viendo desde el mar los barcos llenos de mercancías, cuando vi a una mujer delgada siendo jalada del cabello desde el mar, la sacaron como si fuera un pez por la aleta.

Sus ojos gritaban que estaba aterrada, lanzando mordidas a los piratas y queriéndoles arañar la cara con sus afiladas uñas. Parecía un gato acorralado.

Me subí al barco sin que nadie lo notara, utilizando mis poderes para levantar una gran ola de agua, que arrastro a todos los piratas, excepto a Pacífico, fuera del barco hasta el fondo del océano.
A los demás con unos cuantos espadazos los mate.

Lentamente me acerqué a Pacífico, viendo sus las pupilas de sus ojos afiladas como las de un gato, Los colmillos largos y sus dedos sucios, una triste tela cubriéndole el cuerpo.

Acerqué mi mano, esperando a que ella me hable para poder copiar su lengua.
Las estrellas podemos hablar en cualquier idioma, algo que las semillas no, tendrían que aprenderse el idioma completo para hablarlo, nosotros sólo escuchamos y listo.

Sin aviso previo Pacífico me soltó una mordida en el brazo, viendo sus colmillos clavarse en el. Me retorcí un poco, viendo como me inyectaba un veneno en las venas.
Para demostrarle que su veneno no me haría nada, le tome la cabeza y la acerqué más a mi brazo, así no podría sacar sus colmillos.
Me miro atónita, después me contó que pensó que era un pirata con tendencias suicidas. Pero cuando vio que no me afecto en lo mínimo, se quitó, alejándose asustada.

- Tu no eres como los humanos - me vociferó.

- Tu tampoco - le sonreí - Tu debes de ser una semilla de Madre.

Sus pupilas se dilataron ante el nombre, mirándome asombrada

- ¿Tu conociste a Madre? - pregunto sin creerlo.

- No sólo la conocí... soy una estrella de ella - mis ojos brillaron con millones de estrellas adentro.

Se acercó a mi tomándome el rostro, viendo mis ojos con cierta paz y alegría, como si le reconfortara saber que había un pedazo de madre caminando en la tierra.

Desde ese día nunca se me separó, estaba acostumbrado a estar con mujeres así que su presencia no molestaba.
Le robaba vestidos para que se vistiera, la cuidaba como a una hermana.

Y por fin me revelo que su nombre era Pacífico y que había salido desde el fondo Del Mar.

Después de mucho pensar, supuse que había más como nosotros, y que teníamos que encontrarlos.
Así abarcó nuestra aventura, buscando a todos los océanos.

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