Vaticano (6)

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- Bueno te dejo a Nueva España mientras voy a mi territorio... ¿puedes cuidarlo? - España me pregunto subiendo sus maletas a su carruaje.

- Si... es solo un chico no creo que haga mucho daño - lo observe subirse al carruaje.

- Es terrible el muchacho, pero eres la autoridad usted sabe que hacer - cerró la puerta despidiéndose.

Suspiré, preparándome psicológicamente para el tormento psicológico de ese chico.

Desde que llegue no a parado de hacerme travesuras.
Puso una serpiente en mi almohada mientras dormía, me tiro una cubeta de lodo mientras rezaba, me pinto la ropa de rojo mientras comía, y más cosas que me volvían loco.

El chico no me quería ahí, de eso estaba seguro.
Pero solo para molestar me quedaba.

Y por que bueno, me echo un taco de ojo mientras tanto.

- Señor Nueva España, hay unas serpientes entre los henequenes y ya picaron a varios... ¿nos puedes ayudar a deshacernos de ellas? - Los esclavos le hablaron desde el árbol donde estaba colgado.

- Claro - se bajo de cabeza, cayendo de rodillas - Llévenme hasta ahí.

Lo seguí de lejos, solo para ver qué tanto hacia, ademas no tenía nada mejor que hacer.

Se quedó parado entre los henequenes, viendo alrededor como si buscara algo que se le cayó.

- Ajá - se inclinó hacia el suelo - Te encontré.

Una serpiente se le subió por el brazo hasta el hombro, donde sacó la lengua a los esclavos.

- Aquí mi amiga me dice que pisaron su nido y por eso esta enojada - Nueva España habló.

- ¿Y.... Y que hacemos para que no nos pique? - uno de ellos preguntó temeroso.

- Bueno... esa es una buena pregunta - se giró a la serpiente - ¿Que piensas compañerita?.

La serpiente lo miro por unos segundos, sacando la lengua dos veces, a lo que Nueva España sonrió.

- Dice que quiere roedores y que a sus próximos huevos no los pisen - le hablo a los otros, mientras la serpiente se le colgaba al cuello como un collar.

En un descuido, la serpiente le mordió en el cuello, a lo que los esclavos suspiraron en shock y se acercaron a checar si el muchacho estaba bien.
Me levante por reflejo, mirándolo desconcertado a su reacción.
Solo tomo a la serpiente, la alejo de su cuello y la miro decepcionado

- Ey se supone somos un equipo no debías de morderme - le susurro.

La serpiente le sacó la lengua, enrollando Su cuerpo a su muñeca.

- Eso se le llama traición en Mi Pueblo - balbuceo.

- Señor Nueva España... la herida está roja - una mujer se acercó.

- Tranquila, es normal - se limpió - Esta muy enojada y reaccionó por sus impulsos, como cualquier animal, como yo por ejemplo.

Bueno, en algo estábamos de acuerdo los dos.
Él es un animal.

Uno que necesita ser vigilado.

En los tiempos en los que España se fue, llegó a la hacienda una esclava joven y hermosa de piel oscura, la nombraron Rosa.
Era voluminosa, con caderas grandes y busto prominente, una belleza en bruto, con el cabello rizado pegado a la cabeza y labios carnosos, con ojos que podían matarte con solo una mirada.

Y al igual que a todos en la hacienda, a Nueva España le llamo la atención.
Desde que había llegado, no paraba de seguirla, de hablarle y de hacerle pequeños favores.
La chica estaba atónita, y quien no lo estaría con semejante hombre hablándole.

No quiero decir que estaba celoso, pero si me enojaba verlo tan anonadado.

- Rosa Rosa Rosa espera - Nueva España le susurro afuera de mi ventana, pensando que estaba dormido y no lo escucharía, pero al contrario, estaba muy despierto y escribiendo un poema.

- Nueva España espera... sabes que si Vaticano nos ve - Rosa susurro.

- ¿Que importa ese viejo? - le tomo el rostro - Antes de dormir vamos a montar a caballo... ¿si?.

- Sabes que las mujeres no pueden montar a caballo.. dejan de ser virgenes - Rosa susurro temerosa.

- Que tontería no tiene sentido - Se burló, jalándola de la mano - Vamos vamos, antes de que alguien se de cuenta.

Me levante de mi asiento, tomando mi capa negra que se pierde con la oscuridad, siguiéndolos mientras montaban caballo hacia los prados más lejanos.

Los mire como se tiraban al pasto, riendo a carcajadas mientras veían las estrellas y se hacían ojitos.

- Cuando me independice... tu serás mi esposa Rosa - Nueva España le susurro - Hasta rima.

Rosa sonrió, tomándole las mejillas

- No seas tonto... no puedo casarme contigo... yo soy negra... soy... - Rosa murmullo triste.

- La mujer más bonita que he visto - Nueva España se sentó.

- Pero soy una esclava - se sentó a su lado.

- Cuando me independice ya no lo serás, nos desharemos de las castas de todo eso que nos divide - le quito el cabello de la cara - Le presumiré a todos que tú eres mi amada.

Rosa se tiro en su pecho, dándole un beso suave mientras ambos caían de espaldas.

Regrese a la hacienda, pidiéndole a unos guardias españoles que se llevarán a Rosa lejos de Nueva España.

En cuanto ambos llegaron, se la llevaron, Nueva España gritando y exigiéndoles que la suelten.
Me senté en la capilla, escuchando sus gritos ahogados por el llanto temeroso de Rosa.

Las puertas de la capilla azotaron abriéndose y cerrándose.

- ¡HIJO DE TU PUTA MADRE! - Nueva España me gritó.

- No grites estás enfrente de Dios - susurre tranquilo.

- ME VALE VERGA - Tiro una banca hacia la pared, quebrandola en pedazos - Se lo que hiciste cabron hijo de puta dile a los guardias que dejen a Rosa en paz.

- Solo es una distracción para ti - murmullé con una sonrisa - Tu padre no quiere distracciones para ti...

Lo mire a los ojos, viéndolos amarillos brillante mientras se acercaba para tomarme de la camisa.

- Y no creo que quieras que sepa sobre tu pequeña revolución - le sonreí, viendo su rostro cambiar de enojado a asustado - Eso es...

Me soltó, sentándome de regreso en la banca e hincándose enfrente mío derrotado.

- Solo... sólo deja a Rosa en paz ¿okay? - tartamudeo colocando su mano en mi rodilla - Ella no hizo nada.

- Meterse con un traductor es un pecado, y merece ser castigada.

- NO - gritó, mordiéndose la lengua para retractarse - Fui yo... yo la obligué a quererme ella no... ella no quiere nada conmigo por favor.

Sus ojos volvieron a marrones, afligiendo mi alma y corazón. Su rostro de niño que no rompía un plato, implorándome su perdón, hizo que mi corazón saltara de mi pecho.

- La mandare a otra hacienda - susurre, poniendo mi mano en su cabeza.

- Si... si si... mejor - asintió.

- Pero ahora - lo tome de las mejillas levantándole la cara - No más "bromear a Vaticano"... o le dire a España todo... ¿okay?.

Junto las cejas enojado, asintiendo derrotado.

- Eso es... buen chico.

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