Vaticano (7)

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Pasó una semana de nuestro pequeño acuerdo de paz y como era de esperarse me evitaba como fuera lugar.

Desayunaba más temprano para no sentarse en la mesa conmigo, salía a montar caballo para evitarme y regresaba a muy altas horas de la noche cubierto de lodo.
Estaba descontrolado, pero tan siquiera tenía poquita tranquilidad sabiendo que no metería una serpiente en mi zapato.

En las noches se escabullía a ver a Rosa y a darle de comer, lo cache varias veces mientras salía al baño, y cada vez me ardía más y más la sangre.
Tenía que mandarla lejos lo antes posible.

- Ay virgencita - me senté a lado de la estatua de la Virgen de Nueva España mando a hacer - Que desastre.

Me le quede viendo, notando detalles como la nariz más grande o los rasgos más indígenas.
Esta escultura de la virgen no era la Virgen.

- Fuera de mi sitio - Nueva España me gruño.

- ¿No sabes compartir? - levante una ceja.

- No la comparto - apunto a la estatua.

- ¿Tienes un apego emocional a la estatua?.

- Que le importa - giro los ojos - Solo muévase este es mi sitio para relajarme.

- ¿Relajarte de ser tan salvaje? - abrí mi libro para empezar a leer.

- De tu presencia nefasta - me gritó - Véte de aquí.

- No.

Escuché como levantaba algo del suelo, levantando su mano con una piedra para lanzarla a mi cabeza, la esquivé y esta le dio a la mano de la estatua, que se rompió y cayó al suelo.

- MIERDA - gritó Nueva España acercándose y recogiendo la mano - Lo siento mamá de verdad, lo siento.

¿Mamá?, ¿será que la estatua está dirigida a su difunta madre y no a la virgen?.

Se giró soltándome un gruñido para que me alejara, a lo que respondí sentándome de regreso a mi lugar.

- ¿Por que... estas tan dedicado a hacerme la vida imposible?.

- No hago tu vida imposible tú mismo lo haces, si cooperaras un poco y fueras respetuoso té haría caso - pase la página.

- Lo estoy siendo - se acercó a mi - ¿que más quieres?.

Levante la mirada del libro, topándome con sus ojos cafes miel, que brillaban verde con el sol.
Verdaderamente era mi debilidad esos ojos.

- Nada que tú puedas ofrecerme en el sentido material - regresé al libro.

Se hincó enfrente mío, haciéndome saltar hacia atrás

- Si es lo que creo que es, te arrancare los ojos por verme de esa forma - me amenazo.

Casi se me sale el corazón de la boca de los nervios

- ¿¡COMO TE ATREVES A ACUSARME DE TAL?! - grite temeroso.

- Eso me diste a entender - entrecerró los ojos enojado.

- Estás equivocado muchacho, tienes pensamientos muy oscuros y pecaminosos - me levante de mi lugar - Vamos a confesar esa mente, no puedes andar pensando en eso.

- Primero arreglaré la estatua que rompiste - se dio la media vuelta dándome la espalda.

Me aleje, tomando la cruz de mi pecho con las mejillas calientes de los nervios.
¿Como se atrevía a hacer tal acusación?.

¿Tan transparente soy?.

En la noche, fuimos a que lo confesara, supongo sintió un poco de culpa por lo que dijo. La capilla estaba a oscuras sólo una vela iluminando mi silla y una banca.

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