Cold, long night

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Habían pasado varios meses y Hermione al fin se había unido de lleno a la Orden pese a que Sirius se arrepentía de su decisión, sobretodo aquella noche en que Bellatrix casi le había atrapado en una misión con Remus y Marlene. Una de las pocas noticias buenas era que habían obtenido buenos resultados en la búsqueda de la diadema en el salón de los Menesteres, eso gracias a la ayuda de un escarbato bien entrenado y el ojo exhaustivo de la castaña.

Sirius había evitado que lo destruyera, en su lugar fue Remus quien lo hizo y estaba seguro que las visiones que le había dejado eran las peores por mucho, más que sus propias pesadillas. Para sorpresa del ojigris, Hermione le había contado algo curioso acerca de Remus y quien ahora era solo una pequeña, su prima por parte de Andrómeda. Al parecer ellos dos tenían un futuro juntos, sin embargo ahora todo había cambiado, Dorcas y Remus habían celebrado su boda en un hermoso lugar cerca de la casa de campo de la familia Meadowes; la ceremonia había sido oficiada por Albus quien había tenido que soportar a James luego de varias copas diciéndole que tenía preferencias por Lanuto y Cunatico por haberlos casado a ambos y no a él.

El padre de Dorcas se había resignado a aceptar a Remus, no porque no tuviese opción, sino porque había algo en él que inevitablemente jamás diría una negativa a su hija. Hermione lo notó en sus ojos cuando entregó a Dorcas, aquel amor en los ojos de su padre, una luz que parecía jamás agotarse, la castaña se preguntó cómo hubiese sido aquello mismo si su propio padre la entregase en manos de Sirius y un nudo invadió su garganta, eso jamás sucedería.

A inicios del mes de Julio, Hermione tenía un enorme abdomen que casi no le permitía hacer mucho y las misiones en la Orden se habían reducido solo a quedarse junto a Lily a esperar a cualquiera que estuviera herido.

Solo que una de esas noches el patronus de James fue quien atravesó el umbral como si de una estrella fugaz se tratase y su voz sonaba entrecortada, preocupada, casi en llanto.

Sirius ha sido muy mal herido, le he...le he traído directo a San Mungo.

Minerva y Lily se miraron para luego mirar a Hermione quien palideció pero se mantuvo en una pieza. Ató su cabello y sacó la varita de su bolsillo mientras caminaba directamente hacia la puerta.

- Jean no deberías ir, en tu estado...ni siquiera Lily - soltó Minerva con voz autoritaria.

- Lo siento Minerva pero usted no puede ordenarme que me quede aquí mientras mi esposo probablemente esté...- la castaña se detuvo y unas lágrimas furiosas salieron rodando rápidamente por sus mejillas - Iré a ver a Sirius y nadie aquí me lo impedirá.

- Yo lo haré - Marlene se plantó frente a ella y le apuntó con su varita - Aparecer en tu estado y sobretodo con lo agitada que estás puede terminar en una departición y sabes lo riesgoso que es para tu bebé.

- Se que hacer, mi bebé estará bien - terció - Apartate McKinnon o yo te apartaré.

- No te atreverías - siseó la rubia casi tentandole.

- ¿No? ¿Quieres ver?

Hermione fue lo suficientemente rápida para petrificarla en medio del pasillo ante el grito sorprendido de Lily y la mirada casi aturdida de Minerva. La pelirroja intentó llamarle para que le esperase pero Hermione había sido más agil y desapareció tan rápido que no hubo tiempo de detenerle en lo absoluto. Poco le importaba si se encontraba con un Mortífago en el camino, bien que le serviría cargarse a uno para liberar todo aquel estrés que comenzaba a arremolinarse en su cuerpo.

Recordaba San Mungo y se sorprendió que estaba igual a como lo recordaba. Preguntó por un hombre que recién hubiese llegado mal herido y una de las mujeres le indicó por dónde llegar. Al primero que logró ver fue a James todo cubierto de sangre, caminaba de un lugar a otro mientras que Remus estaba sentado con el rostro hundido en sus manos, aturdido, perdido.

Marauder's SupremacyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora