Hola, mi amor

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— Alfredo, mueve la camioneta. — Se escuchó la voz de pancho. — El gobernador quiere irse.

— Creo que no está en la camioneta. — Dijo una voz.

— Voy a buscarlo para que la mueva... A mira ahí está ¡Alfredo ven!

Me pase al asiento de atrás y al Alfredo se escuchaba nervioso.

— Te mamaste donde dejaste la camioneta. Muevela. — Dijo pancho.

— Este... Si... Pero... A ver quítate voy a abrir la puerta... — Dijo alto como para que escucharamos. — ¡Voy a abrirla!

En eso Iván boto los seguros y Alfredo se subió rápido.

Alfredo volvió a poner los seguros.

— Hijos de la chingada. — Dijo molesto. — Les di la camioneta para que se fueran a un lugar. No para que hicieran sus cochinadas aquí, ¡Aquí llevo a mis hijos a la escuela!

— ¿Que te hace creer que hacíamos cochinadas? — Pregunto Iván ofendido

Alfredo lo miro serio.

Iván estaba manchado de mi labial. Tenía el cabello completamente despeinado, la camisa medio abierta. Y sin decir la notable presencia de un bulto en su pantalón.

— Qui ti hici criir isi — Dijo Alfredo molesto. — ¿Y Elena?

Me tape ya que estaba en ropa interior.

— No voltees para atrás. — advirtió Iván

— Dónde ponía la sillita de bebé. — Dijo Alfredo molesto.

— Mira ya ni me digas nada que estoy hasta la verga de todos. Pinche gobernador, no se ni pa que lo invitamos, es un pinche mala copa. Aparte deja abajo. Todavía ni amanece. Deberían quitarle el cargo. Cómo me cae gordoooo a la vrg. Y luego el pinche Ovidio mion, le voy a comprar pañales al vrg, hijo de la chingada. Muy fino a de ser ahora el cabron para hacer un un árbol. Y el pinche pancho. Metiche. Hubiera dejado que el otro se fuera caminando. Ni en mi pinche cumpleaños me dejan ser feliz chingado. Pero me voy a ir. Un día, a China o a ver a dónde me voy a ir a vender hongos alucinógenos o a ver qué y me van a extrañar culeros. A ver quién les maneja el pinche cartel

Alfredo en vez de enojarse se empezó a reír. — No te veía quejarte así desde que teníamos cinco años.

— Estoy molesto con todos, no me hables.

— ¡Epale! Yo que hice. — Dije en el asiento de atrás.

— Tu nada, mi princesa hermosa. — Dijo estirando su mano para tomar mi mano y besarla. — Y el otro pendejo del Gerardo es que, mira que mencionar al pinche cara de papa de su reputisima madre. Tan feliz que estaba y luego después de que cante.

— Yaya ponte a recordar lo de hace un rato mejor para que te calmes. — Dijo Alfredo — Aparte apenas ya son... Las 12 con uno ya no es tu cumpleaños. Tomen la camioneta, yo me bajo. ¡Pero no cojan aquí! — Estiró la mano. — Solo dame las llaves de tu camioneta. — yo los cubro.

— ¿Y que dirás? — Pregunté.

— Que a ti te dió diarrea explosiva y que Iván tuvo una incontinencia y mojo su pantalón.

— Te vas caminando — dijo Iván.

— Ya pues ya. Diremos la verdad a medias. Que Elena tuvo sueño y se fue a dormir y que Iván encontró una muchacha que le gustó mucho. Y se fue con ella. ¿Está bien? Y asi todos saben que están en una cama... Pero no en la misma... Eh, eh. Nombre si a veces soy una cosaaa baaarbara.

— No. — Dijo Iván algo serio. Sabía que la posibilidad de tener algo serio con Elena era nula. Pero tampoco le agradaba la idea que lo vieran como un patán otra vez cuando realmente la quería a ella.

— ¿Por qué no? Es perfecto. — Dije.

Iván no muy convencido acepto.

Iván saco de su pantalón las llaves de la camioneta y se las dió a Alfredo.

— ¡Que se diviertan! ¡Pero no arriba de mi camioneta!

— Si si. — Dijo Iván emoujandolo para que se bajara.

Me pase al lugar de copiloto y me vesti. Iván me miró con una sonrisa y tomo mi mano.

— Iván... Creo que, tal vez es una señal de que no deberíamos hacer nada aun. La verdad es que cuando estamos en ese momento, no puedo pensar y no puedo parar. Pero en momentos como este. Pienso que no se cómo me sentiría el estar con alguien más. Sobre todo tan rápido.

Iván asíntio. Y beso mi mano.

— Lamento ser egoísta y no haber pensado en eso. Voy a respetar tu decisión y haré lo que te haga sentir cómoda, si no quieres hacer nada aun, o ya no quieres que nos besemos lo acepto. No quiero obligarte a hacer nada que tú no quieras.— Dijo dejando de apretar mi mano.

Sonreí y apreté su mano. Y puse mi otra mano sobre la suya. — Pues... Me agrada esto. — Dije mirando nuestras manos. — Y me gusta mucho besarte... Pero si crees que es injusto o te duele... Tus partes.

— Me aguanto. — Dijo rápido. — No, no. Déjate de cosas. Que me beses no estás obligada a llegar a algo más. Y si algo no te gusta estás en todo tu derecho de detenerme.

Volví a sonreír y bese rápido sus labios.

Llegamos a la casa y subimos a mi cuarto.

— Hay algo que... Quiero pedirte. ¿Dormirias conmigo?

— No se me ocurre una mejor forma de terminar este día.

Solo se fue a poner la pijama, yo me puse la mía y me abrazo mientras me acomodaba en su pecho.

A la mañana siguiente me levanté y me decepcione al ver que estaba sola. Pero no pude evitar sonreir al recordar todo lo de anoche. Me levanté descalza y empecé a bajar feliz las escaleras pero mi corazón se empezó a acelerar cuando empecé a ver cómo las cosa de la sala estaban tiradas, los sillones volteados, me asome a la cocina y todo estaba tirado el refri abierto habían tirado toda la comida al piso. Me tape la boca para no gritar. Había un hombre en un charco de sangre.

Los ojos se me empezaron a llenar de lágrimas. Era uno de los hombres de los muchachos. Empecé a caminar a la entrada cuando mire a Ovidio, Néstor, y pancho incados con los ojos vendados y atados de manos, pies y otra banda en su boca.

Me acerque lento pero una voz me hizo dar un brinco.

— Al fin despertaste.

Trague saliva completamente muerta de miedo.









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