Sigue Adelante

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Pasaron unos días y Joaquín y Freddy aún no sabían si era buena idea decirle o no a Archivaldo lo que sabían.

Por un lado, sabían que Archivaldo era justo, sabían que no le gustará saber que su abuelo y su padre habían tenido que ver con los atentados.

Por otro lado Archivaldo era muy apegado a su padre, así que quedaba la duda. ¿Lo vería como algo bueno? ¿Le contaría a Iván lo que Joaquín y Freddy habían descubierto?

Un día Joaquín fue al cuarto de Archivaldo.

Se estaba alistado para salir con Lucía.

— Hola. Wey. — Dijo Joaquín sentandose en la cama.

— ¿Que paso carnal?

— Vine a ver si me prestabas los tenis que acabas de comprar y tú perfume.

Archivaldo se acercó a un estante y le tiró a Joaquín con los tenis nuevos. Nisiquiera Arch se los había estrenado.

— El perfume si no te lo tiró. Está ahí en el espejo.

Joaquín sonrió de lado.

— Gracias.

— ¿Te pasa algo? — Pregunto Arch dejando de alistarse.

— No.

— Claro que sí. Estás serio. Y tú hablas hasta con la pared

Joaquín jugaba con los tenis en sus manos. — Arch. ¿Por qué crees que el Wero quiso matarnos?

— No lo sé. Tal vez envidia al abuelo. O estaba amargado por qué le pasó a su familia.

— Si... Fue muy trágico lo de sus hijos.

— La vida muchas veces no es justa, o buena con uno. Pero eso no es motivo o razón para ser malo con otras personas.

— Pues si...

— Es como cuando hablo contigo que le eches ganas a la escuela o que no seas tan descuidado. No es por chingarte. Es por qué te quiero y son errores que yo cometi y no quiero verte a ti dándote esos chingazos.

Joaquín sonrió de lado

— ¿Ya me dirás qué tienes? Puedes salir conmigo y con Lucía.

— No, está bien.

— ¿Seguro? También, puedo decirle a Lucia que no puedo. Que arme un plan con sus amigas, le envio una flores y salimos tu y yo aparte.

Joaquín volvió a sonreir. — Que mandilón

— Pues tarda un chingo alistándose unas veces, imagínate que le cancele. Me los mocha.

— Mejor sal con Lucía. Luego te digo.

— No wey. No voy a estar agusto. Dime ahorita.

Joaquín suspiro y le contó todo a Archivaldo. Este se miraba moleste. Le enseño el teléfono y las conversaciones.

— No te pases de verga. Mi apa sabía. — Dijo archivaldo molesto.

— Pues tenía una idea.

— ¿Cómo que tenía una idea? Debió decirle algo al abuelo en cuando esto comenzó. Tengo un cicatriz en la pierna, otra en el abdomen por sus pinche huevos. Y todavía se ofendió cuando el tío Néstor lo culpo

— Tal vez no creyó que el abuelo se atreviera a tanto.

— Y todavía se hizo el que se preocupaba. No mames.

— Tranquilo.

Archivaldo apretaba los dientes del coraje.

En ese momento había algo dentro de él que cambio. Era su padre y se disque preocupaban por él. Si así era su familia ¿Que podía esperar de los demás?

— ¿Crees que sea buena idea decirle? — Pregunto Joaquín.

— Nos creen un pinche experimento. Vamos a ver qué tan bien le sale.

Aquí es donde aplica la frase. "El potro no era arisco, pero lo hicieron" Archivaldo se sentía muy herido por la traición de su padre, se desapego mucho de él, no hablaba con él. Se hizo más serio. Más frío más calculador, parecía que lo único que lo ablandaba era la presencia de Lucia.

Pasaron los meses...

Se metió de lleno en el negocio. Aprovecho que su padre no estaba para ganarse a la gente, incluso se ponía a cargar mercancía con la gente en las avionetas. A los trailer. Hizo conexiones con gente de Colombia, Argentina, México, Michoacán, Estados unidos, Francia. Archivaldo no solo se preocupaba por hacer relaciones con los jefes.

Digámoslo así como un político. Se ganaba a la mayoría, al pueblo. Y eso sumaba muchos puntos, ya que muchos empezaron a tenerle más lealtad a Archivaldo que a Iván. Verlo convivir con ellos y la ausencia de Iván decía mucho. Aparte de que todos sabían que Archivaldo era el futuro de esa compañía.

Pasaron unos meses y el cuerpo de Archivaldo definitivamente había cambiado, estaba más ancho de los hombros, su estatura era unos centímetros más alto, su voz estaba más gruesa, se había dejado la barba. El trabajo y las relaciones lo habían forjado.

Una madrugada estaba cargando una avioneta con con sus hombres cuando los chilenos lo miraban con asombro.

— ¿Que haces hombre? Deja que ellos lo hagan.

— Son muchos kilos. Y hay que jalar con la gente. — Dijo Archivaldo sin parar.

— Humilde el joven. Con razón los colombianos hablan mucho de ti. ¿Que decís de subirte a esa avioneta he ir por unas mujeres a Chile? Seguro te consigues algo bueno.

— Se escucha bien. Iría por festejar y pasarla bien con mis socios. Pero con todo respeto, hay una morenita  con un par de buenas piernas aquí que no cambio por nada.

— Iraaaa, Definitivamente, me sorprendes. No cualquiera rechaza una buena oferta. Y no cualquiera grita su amor por una sola mujer así.

— Bueno, cuando uno tiene algo bueno hay que presumirlo.

— Haz hecho muchas cosas diferente muchacho, no por nada estás avanzando en chinga. Pinche chamaco avispado

— ¿Avispado?  — Pregunto archivaldo con duda. Estaba costumbrado que le dirán apodos de diminutivo de su padre. Pero nunca esa palabra.

— Inteligente, pues. Astuto.

— Gracias. Se hace lo que se puede.

Los chilenos se despidieron de Arch. Andadole una ligera palmada en la espalda.

La avioneta se fue y archivaldo todavía platico un rato con la gente. Les dió algo de dinero y se fue.

Llegó al enorme jardín que había rentado ese día.

— Ya tenemos todo listo. — Dijo Joaquín. — Checamos las luces de las letras. Trajimos el arreglo que pesa más que todos juntos. La cena la harán llegándose la hora, para que esté no muy caliente no muy fría. Y el vino está en el refri.

Archivaldo no lo quería admitir pero estaba nervioso. — Gracias carnal.

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