◇єℓ σяίgєη ∂є тσ∂σ◇

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Maratón 1/3.

Al día siguiente.

Está nervioso, no lo va a negar, hacerlo sería estúpido. Jamás había venido antes a la ciudad de México, es enorme, lo que la hace un poco aterradora. Perderse sería espantoso.

Pero ya lo había decidido, está dispuesto a hacer lo correcto. Emilio no merece que le estén haciendo todas esas cosas, tal vez no se lleva muy bien con él, pero Emilio es buena persona; además, Joaquín y los niños tampoco merecen pagar por esto.

Detiene un taxi y le indica que lo lleve a la dirección escrita en el papel que le entregó al conductor. Se recarga sobre el asiento y mira por la ventana.
La cuidad está repleta de familias felices, niños corriendo o tomados de las manos de sus padres; todo el ambiente se percibe muy... familiar y amoroso.

Conforme el auto va avanzando, ya en el vecindario de Emilio, David no puedo dejar de pensar en todo lo que hay de malo en su vida. Empezando claramente, por lo que está pasando.
Antes todo era bonito, no había peleas en la familia, no había envidias ni mucho menos asesinatos. Todo ha cambiado abruptamente de unos años para acá.
Por la ventana se ven a los niños jugando con sus madres o sus padres, incluso, con sus abuelos, claramente, quines más llaman su atención, son la madres con sus hijos. Se ven felices y que aman a sus pequeños. Él podía ser ese pequeño que juega con una pelota, la arroja hacia su madre y ella se la regresa con una sonrisa, él jamás tuvo eso o al menos eso es lo que él recuerda. Sinceramente no tiene muchos recuerdos sobre su infancia y, los que tiene, son de sus compañeros de clases, preguntándole en dónde estaba su papá; él no sabía que responder, pues cada que le preguntaba a su madre por él, ella se ponía triste y a él no le gustaba verla en ese estado, así que simplemente... Dejó de preguntar.

—Hemos llegado, señor— la voz del conductor lo saca de sus pensamientos —. ¿Quiere qué le ayude a bajar sus maletas?

—No, muchas gracias— sonríe amable, paga el servicio y sale del auto —. Gracias por traerme, tenga un lindo día.

—Igualmente, señor— el chofer se despide con una amigable sonrisa y pone en marcha el motor para regresar al aeropuerto.

David suspira y se detiene un momento a observar la casa. Con tan sólo verla desde fuera, se puede notar el ambiente familiar y el amor que desprende la familia. Baja la mirada, sintiendo un poco de envidia y celos, pues él siempre quiso tener algo así, pero la realidad es que no todos corren la misma suerte de tener una vida "normal", una vida en donde no se ven amenazados por su propia sangre a hacer algo que no quieren.
Él sabe que muchos lo odian por las cosas que ha hecho y no se justifica para ninguna de ellas, pero, si le preguntarán alguna vez el porqué lo hizo, si le dieran la oportunidad de explicar, respondería sin dudar que fue obligado a hacer cada una de esas cosas. Lastimó a los que más quería, porque lo obligaron, incluso, de ser posible, rogaría porqué le den una segunda oportunidad, aunque sabe que no tiene derecho a hacerlo, o al menos él así lo siente.

Suspira nuevamente y, finalmente, decide dar el primer paso hacia la casa de su primo. Se detiene una vez llega a la puerta y toca un par de veces, sintiendo como su cuerpo comienza a ponerse frío debido a los nervios.

—¡Voy!— sus ojos se abren en sorpresa al escuchar esa hermosa voz, es la voz de... —¿Di-ga?

—Jor-ge— habla entre tartamudeos, sus ojos se sienten comenzar a picar. La voz se le va y olvida totalmente a lo que vino.

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