◆◇мι ¢σяαzσ́η ραℓριтα тυ ησмвяє◇◆

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Kintsugi 💙 está llamando.

La confusión en Joaquín es enorme, se supone que Emilio debería estar descansando para ir a trabajar dentro de un par de horas, en Bolivia a penas está amaneciendo. ¿Habrá pasado algo? No lo sabe, pero por alguna razón no tiene miedo o preocupación.
Desbloquea su teléfono y se encuentra con Emilio dandole la espalda, no trae camiseta, pero se percibe distraido.

Videollamada 💻

—¿Todo bien, Emi?— pregunta para hacerle saber a Emilio que está ahí.

Emilio se gira logrando ver el ojito de Joaquín el cual puede verse un poco cansado por la falta de sueño.

—¿Qué tienes?— pregunta directo y sin rodeos

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—¿Qué tienes?— pregunta directo y sin rodeos.

Joaquín no sabe que decir, pues jamás se imaginó que Emilio supiera que estaba triste o que algo tenía. Aunque era de esperarse, pues ellos saben o intuyen como es que se siente el otro, sin siquiera estar cerca.

—¿Por qué lo preguntas?— cuestiona en un intento de hacer tiempo y poder asimilar lo que está pasando. Es obvio que le dirá a Emilio todo lo que tiene, pero necesita pensar desde cuando se siente así y que es exactamente lo que siente.

—Vamos, amor, sabes que algo tienes— menciona con voz suave, recarga su peso en sus brazos apoyados sobre su pequeño escritorio —. Hablame, mi amor.

—Bueno... — hace una breve pausa, se sienta mejor sobre la cama y después de soltar un suspiro comienza a hablar —Si te soy honesto, yo... No sé como decirlo... Yo no sé que es lo que siento exactamente, es como una mezcla de muchas emociones. Al principio, cuando hablamos la primera noche que tú no estabas, me sentía bien, estaba algo asustado por como cuidaría a los niños, pero no era mucha mi preocupación y ansiedad— suspira nuevamente y se detiene un momento para pensar en la situación y poder explicarle, con detalle, a Emilio sus sentimientos —. Creo que todo empezó desde que Francisco no duerme, es decir, los niños me ayudan a cuidarlo, cosa que también me conflictua, porque siento que ellos no deberían hacerse cargo de su hermano; sé que me quieren ayudar, pero un niño no puede cuidar a otro niño.

Emilio escucha atentamente las palabras de su esposo. Suspira un tanto inquieto, pues la idea de que Joaquín no estaba bien, que había tenido hace unos momentos, no era una idea equivicada. Y le dolía, le dolía no poder abrazarlo y limpiar sus lágrimas en este momento. Pero, aún que también le duela aceptarlo, Joaquín tuvo razón cuando dijo que no podía depender de Emilio todo el tiempo, y está era una de esas situaciones en las que el castaño tenía que ayudarse a él mismo.

»Pero tampoco es como que pueda decirles que no me ayuden, porque son igual de tercos que tú— Emilio suelta una leve risita —. Volviendo a Francisco, él no ha estado durmiendo bien, no es como que esté enfermo o algo parecido, si duerme, duerme las horas que tiene que dormir, pero el problema es que me cuesta mucho hacer que se quede dormido y, la mayoría de los días de la semana, se despierta en medio de la noche llorando y de nuevo me cuesta dormirlo— suelta un sollozo bajito, pues no quiere despertar a los niños—. Y es que tampoco es que me pese, pero hay días en los que no me sale hacer nada; por ejemplo, hace unos días... — para este punto, el castaño ya es un mar de lágrimas, el recordar aquel día hace que esos sentimientos se sientan de nuevo como si recién estuvieran naciendo en su interior —... Hace unos días me levanté bien, como todos los días. Bajé a la cocina luego de ver que Francisco seguía formido y comencé a preparar el desayuno, ahí fue cuando todo empezó a fallar.

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