◇ℓα тяαι¢ισ́η ∂є υη αмσя ρєяρєтυσ◇

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Para Alberto nada de esta situación es fácil de asimilar. El que creyó era el amor de su vida, acaba de traicionarlo de la peor manera que el ser humano se podría imaginar.

Tantos años juntos tirados por la borda. Las sonrisas, los sueños, los besos, las caricias y los suspiros fueron entregados en vano. Nada de lo que había hecho por Amelia había sido recibido con el mismo amor con el que había sido regalado. Tal parece que el fue el único enamorado todo este tiempo. Sólo él sentía esa necesidad de estar con ella todo el tiempo, de besarla cada vez que veía sus labios moverse, de mirarla cada que hacia cualquier cosa.

Duele, duele como el infierno saber que su amor, que él juraba era eterno, había sido sólo un juego para ella. Esa promesa que se hizo frente al altar, aquel magnífico día que él había clasificado como el mejor día de su vida, ahora sólo es un frase vacía y sin valor alguno. El viento y el tiempo la han desecho en mil pedazos, exactamente de la misma manera en que Amelia había hecho con su corazón.

—No lo puedo creer— murmura para él mismo.

Sus lágrimas inundan sus ojos, comienzan a caer por sus mejillas hasta perderse en su cuello, algunas mueren en sus labios, pero cada una de ellas son gotas de dolor y agonía; en cada una de ellas va un recuerdo con Amelia, un pedazo de su corazón y un futuro sueño, ahora roto, de morir a lado de su amada.

Sus pensamientos están comenzando a atormentarlo, su mente se ve confundida entre tantos recuerdos que ahora resultan tener un toque diferente, el amor que estaba en ellos, ha sido sustituido por dolor. Afortunadamente, el sonido de su teléfono lo saca de sus pensamientos.

En la llamada.

—Hola, abuelo— la voz de Emilio se escucha en un susurro.

—¿Pasa algo príncipe?— pregunta intentando deshacer el nudo en su garganta.

—Nada malo, sólo llamo para preguntar a que hora iremos a Viena— responde Emilio suspirando —. Sé que para ti es difícil, pero tenemos que parar esto, la abuela no puede seguir con este desastre.

—Lo sé, Emilio— suspira cansado —. Nos vamos hoy en la noche, no podemos esperar más.

—De acuerdo— un silencio de unos minutos hace presencia. Ambos siguen asimilando la noticia. Jamás se imaginaron que Amelia fuera la mente maestra de todo este tormento —. Debo colgar y preparar las cosas, cualquier cosa no dudes en llamar.

—Claro, príncipe— sonríe triste. Sabe que siempre cuenta con su nieto —te dejo que hagas tus cosas, nos vemos en un rato.

—De acuerdo— acepta Emilio —nos vemos más tarde, te quiero.

—También te quiero, príncipe— murmura Alberto para después cortar la llamada.

Emilio, por su parte, suspira una vez terminada la llamada.

—¿Quieres hablar, mi amor?— pregunta Joaquín acercándose al rizado.

—Quisiera— le sonrie, más parecido a una mueca, y lo toma de la cintura para recargarse en el escritorio y hacer que el castaño quedé entre sus piernas —, pero honestamente no sé qué siento, al menos no de forma exacta. No sé cómo sentirme o como actuar— calla un segundo y baja la mirada, sus ojos ya se sienten picar —. Me duele que mi abuela sea la culpable de todo esto. Cuando David nos lo dijo, yo tenía la esperanza de que estuviera mintiendo, no quería crecer que de verdad era ella. Y es que... Ella me cuidó desde que yo era un niño, me daba de comer, veía películas conmigo cuando me enfermaba— frunce el ceño —. Luego está mi abuelo, ellos parecían ser el claro ejemplo de lo que es el verdadero amor y... Ahora salen con que mi abuela nunca quiso a mi abuelo. Yo... — limpia una pequeña lagrima —siempre crei que mi familia era perfecta, pero ahora resulta ser que todo fue una mentira. Todo lo que pensaba de ellos era una ilusión y nada más.

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