La tercera prueba

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—¿También Dumbledore cree que Quien-tú-sabes está recuperando fuerzas? —murmuró Rose.

Harriet ya había hecho partícipes a Rose y Helmer de todo cuanto Dumbledore le había dicho. Y, naturalmente, también había hecho partícipe a Serena, a quien había enviado una lechuza en cuanto salió del despacho de Dumbledore. Aquella noche los tres volvieron a quedarse hasta tarde hablando de todas esas cosas en la sala común, hasta que a Harriet empezó a darle vueltas la cabeza.

Rose miraba la chimenea. A Harriet le pareció que su amiga temblaba un poco, aunque la noche era cálida. Helmer llevaba diez minutos sin hablar. Estaba sentado con la frente apoyada en las manos y mirando al suelo. De pronto, Helmer miró el reloj y exclamó asustado.

—¡No hemos practicado nada! ¡Tendríamos que haber preparado el embrujo obstaculizador! ¡Mañana tendremos que ponernos a ello muy en serio! Vamos, Harriet, tienes que dormir.

Harriet y Rose subieron despacio al dormitorio.

Rose y Helmer tenían que estudiar para los exámenes, que terminarían el día de la tercera prueba, pero gastaban la mayor parte de sus energías en ayudar a Harriet a prepararse.

—No te preocupes por nosotros —le dijo Helmer, cuando Harriet se lo hizo ver y les aseguró que no le importaba entrenarse ella sola por un rato—. Al menos tendremos sobresaliente en Defensa Contra las Artes Oscuras: en clase nunca habríamos aprendido tantos maleficios.

—Es un buen entrenamiento para cuando seamos aurores —comentó Rose, entusiasmada, utilizando el embrujo obstaculizador contra una avispa, que quedó paralizada en pleno vuelo.

Al empezar junio, volvieron la excitación y el nerviosismo al castillo. Todos esperaban con impaciencia la tercera prueba, que tendría lugar una semana antes de fin de curso. Harriet aprovechaba cualquier momento para practicar los maleficios, y se sentía más confiada ante aquella prueba que ante las anteriores. Aunque indudablemente sería difícil y peligrosa, ella ya se las había apañado en ocasiones anteriores con engendros monstruosos y barreras encantadas, y por lo menos aquella vez lo sabía de antemano y tenía posibilidades de prepararse para lo que le esperaba.

No tardó en dominar el embrujo obstaculizador, un conjuro que servía para detener a los atacantes; la maldición reductora, que le permitiría apartar de su camino objetos sólidos, y el encantamiento brújula, un útil descubrimiento de Helmer que haría que la varita señalara justo hacia el norte y, por lo tanto, le permitiría comprobar si iba en la dirección correcta hacia el centro del laberinto. Sin embargo, seguía teniendo problemas con el encantamiento escudo. Se suponía que creaba alrededor del que lo conjuraba un muro temporal e invisible capaz de desviar maldiciones no muy potentes, pero Helmer logró romperlo con un embrujo piernas de gelatina bien lanzado. Harriet anduvo tambaleándose durante diez minutos por la sala antes de que él diera con el contramaleficio.

—Pero si lo estás haciendo estupendamente —la animó Helmer, comprobando la lista y tachando los encantamientos que ya tenían bien aprendidos—. Algunos de éstos te pueden ir muy bien.

Por aquellos días, Serena les enviaba lechuzas a diario. Al igual que Helmer, parecía que su interés primordial era ayudar a que Harriet pasara la tercera prueba, antes de preocuparse por otros asuntos. En cada carta le recordaba que, ocurriera lo que ocurriera fuera de los muros de Hogwarts, ni era asunto suyo, ni podía hacer nada al respecto.

Si Angustia está realmente recobrando fuerzas, lo primero para mí es tu seguridad. No te puede poner las manos encima mientras estés bajo la protección de Dumbledore; pero, aun así, es mejor no arriesgarse: entrénate para el laberinto, y luego ya nos ocuparemos de otros asuntos.

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora