Una bandada de lechuzas

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—¿QUÉ? —preguntó Harriet sin comprender.

—¡Se ha marchado! —dijo el señor Figg, retorciéndose las manos— ¡Ha ido a ver a no sé quién por un asunto de un lote de calderos robados! ¡Ya le dije que iba a desollarla viva si se marchaba, y mira! ¡Dementores! ¡Suerte que informé del caso a la señora Tibbles! Pero, ¡no hay tiempo que perder! ¡Corre, tienes que volver a tu casa! ¡Oh, los problemas que va a causar esto! ¡Voy a matarla!

—Pero... —la revelación de que su chiflado vecino, obsesionado con los gatos, sabía qué eran los dementores supuso para Harriet una conmoción casi tan grande como encontrarse a dos de ellos en el callejón— ¿Usted es...? ¿Usted es brujo?

—Soy un squib, como Meadow sabe muy bien, así que, ¿cómo demonios iba a ayudarte para que te defendieras de unos dementores? Te ha dejado completamente desprotegida, cuando yo le advertí...

—¿Ésa tal Meadow ha estado siguiéndome? Un momento..., ¡era ella! ¡Ella se desapareció delante de mi casa!

—Sí, sí, sí, pero por fortuna yo había apostado a la señora Tibbles debajo de un coche, por si acaso, y la señora Tibbles vino a avisarme, pero cuando llegué a tu casa ya no estabas, y ahora... ¡Oh! ¿Qué dirá Dumbledore? ¡Eh, tú! —le gritó a Dulcie, que estaba tumbada en el suelo del callejón en posición supina— ¡Levanta tu trasero del suelo, rápido!

—¿Usted conoce a Dumbledore? —preguntó Harriet, mirando fijamente al señor Figg.

—Pues claro que conozco a Dumbledore. ¿Quién no conoce a Dumbledore? Pero vámonos ya porque no voy a poder ayudarte si vuelven; nunca he transformado ni siquiera una bolsita de té.

El señor Figg se inclinó, agarró uno de los brazos de Dulcie con sus apergaminadas manos y tiró de ella.

—¡Levántate, zoquete! ¡Levántate!

Pero Dulcie o no podía o no quería moverse, así que permaneció en el suelo, temblorosa y pálida como la cera, con los labios muy apretados.

—Ya me encargo yo. —dijo Harriet, que cogió a Dulcie por el brazo y dio un tirón.

No tuvo que hacer un gran esfuerzo para conseguir ponerla de pie, no porque fuera muy fuerte, sino porque su prima era tan liviana que parecía que apenas y pesaba lo que sus huesos; la complicación era mantenerla en pie, ya que parecía que su prima estaba a punto de desmayarse. Sus diminutos ojos giraban en sus órbitas y tenía la cara cubierta de sudor; en cuanto Harriet la soltó, Dulcie se tambaleó peligrosamente.

—¡Deprisa! —insistió el señor Figg, histérico.

Harriet se colocó uno de los brazos de Dulcie sobre los hombros y la arrastró hacia la calle. El señor Figg iba dando tumbos delante de ellas, y al llegar a la esquina asomó la cabeza, nervioso, y miró hacia la calle.

—Ten la varita preparada —le dijo a Harriet cuando entraron en el paseo Glicinia—. Ahora no importa el Estatuto del Secreto; de todos modos lo vamos a pagar caro, tanto da que nos cuelguen por un dragón o por un huevo de dragón. ¡Ay, el Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad!... Esto es ni más ni menos lo que temía Dumbledore. ¿Qué es eso que hay al final de la calle? Ah, es la señora Prentice... No escondas la varita, muchacha, ¿no te he dicho que yo no te serviría de nada?

Harriet, impaciente, le dio un codazo en las costillas a su prima, pero ésta parecía haber perdido todo interés por moverse por sí misma. Dejaba caer todo su, poco, peso sobre los hombros de Harriet y arrastraba sus grandes pies por el suelo.

—¿Por qué no me dijo que era un squib, señor Figg? —preguntó Harriet— Con la de veces que he ido a su casa... ¿Por qué no me dijo nada?

—Órdenes de Dumbledore. Tenía que vigilarte, pero sin revelar mi identidad porque eres demasiado joven. Perdona que te haya hecho pasarlo tan mal, Harriet, pero los Evans no te habrían dejado ir a mi casa si hubieran creído que conmigo te lo pasabas bien. No fue fácil, te lo aseguro... Pero ¡oh, cielos! —exclamó trágicamente, y empezó a retorcerse las manos otra vez— Cuando Dumbledore se entere de esto... ¿Cómo ha podido marcharse Meadow? Se suponía que estaba de guardia hasta medianoche. ¿Dónde se habrá metido? ¿Cómo voy a explicarle a Dumbledore lo que ha sucedido? Yo no puedo aparecerme.

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora