Se metió rápidamente por el resquicio que había entre las paredes, detrás de la gárgola, y accedió a una escalera de caracol de piedra, que empezó a ascender lentamente cuando la pared se cerró tras ella, hasta dejarla ante una puerta de roble pulido con aldaba de bronce. Salió de la escalera móvil y dudó un momento, finalmente tocó la aldaba. Se abrió la puerta del despacho.
—Hola, Harriet —dijo Dumbledore—. Entra.
Harriet entró. Ya en otra ocasión había estado en el despacho de Dumbledore: se trataba de una habitación circular, muy bonita, decorada con una hilera de retratos de anteriores directores de Hogwarts de ambos sexos, todos los cuales estaban profundamente dormidos. El pecho se les inflaba y desinflaba al respirar. Con ojos risueños, Dumbledore le sonrió.
—Yo quería hablar con usted, profesora —se apresuró a decir Harriet mirando a Dumbledore, quien le dirigió una mirada rápida e inquisitiva.
Blake, el fénix de la profesora Dumbledore, estaba posado en su percha de oro, al lado de la puerta. Era del tamaño de un cisne, con un magnifico plumaje dorado y escarlata. La saludó agitando en el aire su larga cola y mirándola con ojos entornados y tiernos. Harriet se sentó en una silla delante del escritorio de Dumbledore, después de que ésta le hiciera la indicación con la mano.
Se sentía mucho más tranquila hallándose en el despacho de Dumbledore. Harriet miró la pared que había tras el escritorio: el Sombrero Seleccionador, remendado y andrajoso, descansaba sobre un estante. Junto a él había una urna de cristal que contenía una magnífica espada de plata con grandes rubíes incrustados en la empuñadura; Harriet la reconoció como la espada que ella misma había sacado del Sombrero Seleccionador cuando se hallaba en segundo. Aquélla era la espada de Gwenhwyfar Gryffindor, la fundadora de la casa a la que pertenecía Harriet.
—Bueno, Harriet —dijo Dumbledore en voz baja—, te escucho.
—Sí. Profesora... yo estaba en clase de Adivinación, y... eh... me dormí.
Dudó, preguntándose si iba a recibir una regañina, pero Dumbledore sólo dijo:
—Lo puedo entender. Prosigue.
—Bueno, y soñé. Un sueño sobre Lady Angustia. Estaba torturando a Colagusano... ya sabe usted...
—Sí, la conozco —dijo Dumbledore enseguida—. Continúa.
—A Angustia le llegó una carta por medio de una lechuza. Dijo algo como que el error garrafal de Colagusano había quedado reparado. Dijo que había muerto alguien. Y luego dijo que Colagusano no tendría que servir de alimento a la serpiente (había una serpiente al lado del sillón). Dijo... dijo que, en vez de a ella, la serpiente podría comerme a mí. Luego utilizó contra Colagusano la maldición cruciatus... y la cicatriz empezó a dolerme. Me desperté porque el dolor era muy fuerte.
Dumbledore simplemente la miró.
—Eh... eso es todo —concluyó Harriet.
—Ya veo —respondió Dumbledore en voz baja—. Ya veo. ¿Te había vuelto a doler la cicatriz este curso alguna vez, aparte de cuando lo hizo en verano?
—No, no me... ¿Cómo sabe usted que me desperté este verano con el dolor de la cicatriz? —preguntó Harriet, sorprendida.
—Tú no eres la única que se cartea con Serena —explicó Dumbledore—. Yo también he estado en contacto con ella desde que salió el año pasado de Hogwarts.
Dumbledore se levantó y comenzó a pasear por detrás del escritorio.
—Profesora... —la llamó después de un par de minutos.
Dumbledore dejó de pasear y miró a Harriet.
—Disculpa —dijo, y volvió a sentarse tras el escritorio.
—¿Sabe por qué me duele la cicatriz?
Dumbledore la observó en silencio durante un momento antes de responder.
—Tengo una teoría, nada más... Me da la impresión de que te duele la cicatriz tanto cuando Angustia está cerca de ti como cuando a ella la acomete un acceso de odio especialmente intenso.
—Pero... ¿por qué?
—Porque tú y ella estáis conectadas por una maldición malograda —explicó Dumbledore—. Eso no es una cicatriz ordinaria.
—¿Y piensa que ese sueño... sucedió de verdad?
—Es posible —admitió Dumbledore—. Diría que probable. ¿Viste a Angustia, Harriet?
—No. Sólo la parte de atrás del asiento. Pero... no habría nada que ver, ¿verdad? Quiero decir que... no tiene cuerpo, ¿o sí? Pero... pero entonces, ¿cómo pudo sujetar la varita? —dijo Harriet, pensativamente.
—Buena pregunta —murmuró Dumbledore—. Buena pregunta...
Ni Harriet ni Dumbledore hablaron durante un rato. Dumbledore tenía la vista fija en el otro lado del despacho.
—Profesora —dijo Harriet al fin—, ¿cree que está cobrando fuerzas?
—¿Angustia? —Dumbledore miró a Harriet por encima de sus gafas. Era la misma mirada característica y penetrante que le había dirigido en otras ocasiones, y a Harriet siempre le daba la impresión de que la directora veía a través de ella—. Una vez más, Harriet, me temo que sólo puedo hacer suposiciones.
Dumbledore volvió a suspirar, y de pronto pareció más vieja y más débil que nunca.
—Los años del ascenso de Angustia estuvieron salpicados de desapariciones —explicó—. Ahora Baird Jorkins ha desaparecido sin dejar rastro en el lugar en que Angustia fue localizada por última vez. La señora Black también ha desaparecido... aunque supuestamente se cartea con Penny Prewett, en realidad nadie, ni siquiera la señorita Prewett, le ha visto. Y ha habido una tercera desaparición, que el Ministerio, lamento tener que decirlo, no considera de importancia porque es la de un muggle. Se llama Fred Barclay; vivía en la aldea donde se crió la madre de Angustia, y no se lo ha visto desde finales de agosto. Como ves, leo los periódicos muggles, cosa que no hacen mis amigos del Ministerio —Dumbledore miró a Harriet muy seria—. Creo que estas desapariciones están relacionadas, pero la ministra no está de acuerdo conmigo.
Volvieron a quedarse en silencio. Harriet pensó que quizá debía marcharse, pero la curiosidad la retuvo en la silla.
—Profesora... —repitió.
—¿Sí, Harriet?
—¿Por qué la ministra no le cree? —preguntó.
—El miedo, Harriet, es algo terrible de enfrentar. Algunas personas prefieren colocarse una venda en los ojos para evitar descubrir que lo que temen es ya una realidad... aunque eso provoque darse de bruces contra su temor más adelante.
Harriet comprendió que la entrevista había concluido. Dumbledore no parecía enfadada, pero el tono terminante de su voz daba a entender que era el momento de irse. Se levantó, despidiéndose, y lo mismo hizo Dumbledore.
—Harriet... —la llamó cuando ésta se hubo acercado a la puerta.
—Sí, profesora. —respondió, volviéndose antes de salir.
—Buena suerte en la tercera prueba.
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Harriet Evans
FantasyUniverso alterno en el que todos los sexos están cruzados, la cuestión es que tan diferente sería la historia original cambiando los sexos, obviamente muchas cosas cambiarían pero, ¿el final sería distinto? Nota importante: La tradición inglesa solo...