La Madriguera

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—¡Rose! —exclamó Harriet, encaramándose a la ventana y abriéndola para poder hablar con ella a través de la reja—. Rose, ¿cómo has logrado...? ¿Qué...?

Harriet se quedó boquiabierta al darse cuenta de lo que veía. Rose sacaba la cabeza por la ventanilla trasera de un viejo coche de color azul turquesa que estaba detenido ¡ni más ni menos que en el aire! Sonriendo a Harriet desde los asientos delanteros, estaban Freya y Grace, las hermanas gemelas de Rose, que eran mayores que ella.

—¿Todo bien, Harriet?

—¿Qué ha pasado? —preguntó Rose—. ¿Por qué no has contestado a mis cartas? Te he pedido unas doce veces que vinieras a mi casa a pasar unos días, y luego mi padre vino un día diciendo que te habían enviado un apercibimiento oficial por utilizar la magia delante de los muggles.

—No fui yo. Pero, ¿cómo se enteró?

—Trabaja en el Ministerio —contestó Rose—. Sabes que no podemos hacer ningún conjuro fuera del colegio.

—¡Tiene gracia que tú me lo digas! —repuso Harriet, echando un vistazo al coche flotante.

—¡Esto no cuenta! —explicó Rose—. Sólo lo hemos cogido prestado. Es de mi padre, nosotros no lo hemos encantado. Pero hacer magia delante de esos muggles con los que vives...

—No he sido yo, ya te lo he dicho..., pero es demasiado largo para explicarlo ahora. Mira, puedes decir en Hogwarts que los Evans me tienen encerrada y que no podré volver al colegio, y está claro que no puedo utilizar la magia para escapar de aquí, porque el ministro pensaría que es la segunda vez que utilizo conjuros en tres días, de forma que...

—Deja de decir tonterías —dijo Rose—. Hemos venido para llevarte a casa con nosotras.

—Pero tampoco vosotras podéis utilizar la magia para sacarme...

—No la necesitamos —repuso Rose, señalando con la cabeza hacia los asientos delanteros y sonriendo—. Recuerda a quién he traído conmigo.

—Ata esto a la reja —dijo Freya, arrojándole un cabo de cuerda.

—Si los Evans se despiertan, me matan —comentó Harriet, atando la soga a uno de los barrotes.

Freya aceleró el coche.

—No te preocupes —dijo Freya— y apártate.

Harriet se retiró al fondo de la habitación, donde estaba Herman, que parecía haber comprendido que la situación era delicada y se mantenía inmóvil y en silencio. El coche aceleró más y más, y de pronto, con un sonoro crujido, la reja se desprendió limpiamente de la ventana mientras el coche salía volando hacia el cielo. Harriet corrió a la ventana y vio que la reja había quedado colgando a sólo un metro del suelo. Entonces Rose fue recogiendo la cuerda hasta que tuvo la reja dentro del coche. Harriet escuchó preocupada, pero no oyó ningún sonido que proviniera del dormitorio de los Evans. Después de que Rose dejara la reja en el asiento trasero, a su lado, Freya dio marcha atrás para acercarse tanto como pudo a la ventana de Harriet.

—Entra —dijo Rose.

—Pero todas mis cosas de Hogwarts... Mi varita mágica, mi escoba...

—¿Dónde están?

—Guardadas bajo llave en la alacena de debajo de las escaleras. Y yo no puedo salir de la habitación.

—No te preocupes —dijo Grace desde el asiento del acompañante—.Quítate de ahí, Harriet.

Freya y Grace entraron en la habitación de Harriet trepando con cuidado por la ventana. «Hay que reconocer que lo hacen muy bien», pensó Harriet cuando Grace se sacó del cabello una horquilla para forzar la cerradura.

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora