El espejo de Oesed

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Se acercaba la Navidad. Una mañana de mediados de diciembre Hogwarts se descubrió cubierto por dos metros de nieve. El lago estaba sólidamente congelado y las gemelas Prewett fueron castigadas por hechizar varias bolas de nieve para que siguieran a Quirrell y la golpearan en la parte de atrás de su turbante. Las pocas lechuzas que habían podido llegar a través del cielo tormentoso para dejar el correo tuvieron que quedar al cuidado de Hagrid hasta recuperarse, antes de volar otra vez.

Todos estaban impacientes de que empezaran las vacaciones. Mientras que la sala común de Gryffindor y el Gran Comedor tenían las chimeneas encendidas; los pasillos, llenos de corrientes de aire, se habían vuelto helados, y un viento cruel golpeaba las ventanas de las aulas. Lo peor de todo eran las clases de la profesora Prince, abajo en las mazmorras, en donde la respiración subía como niebla y los hacía mantenerse lo más cerca posible de sus calderos calientes.

—Me da mucha lástima —dijo Darcy Rosier, en una de las clases de Pociones— toda esa gente que tendrá que quedarse a pasar la Navidad en Hogwarts, porque no los quieren en sus casas.

Mientras hablaba, miraba en dirección a Harriet. Crabbe y Goyle lanzaron risitas burlonas. Harriet, que estaba pesando polvo de espinas de pez león, no les hizo caso. Después del partido de quidditch, Rosier se había vuelto más desagradable que nunca. Disgustada por la derrota de Slytherin, había tratado de hacer que todos se rieran diciendo que un sapo con una gran boca podía reemplazar a Harriet como buscadora. Pero entonces se dio cuenta de que nadie lo encontraba gracioso, porque estaban muy impresionados por la forma en que Harriet se había mantenido en su escoba. Así que Rosier; celosa y enfadada, había vuelto a fastidiar a Harriet por no tener una familia apropiada.

Era verdad que Harriet no iría a Privet Drive para las fiestas. El profesor Ross había pasado la semana antes, haciendo una lista de los alumnos que iban a quedarse allí para Navidad, y Harriet puso su nombre de inmediato. Y no se sentía triste, ya que probablemente ésa sería la mejor Navidad de su vida. Rose y sus hermanas también se quedaban, porque el señor y la señora Prewett se marchaban a Rumania, a visitar a Callie.

Cuando abandonaron los calabozos, al finalizar la clase de Pociones, encontraron un gran abeto que ocupaba el extremo del pasillo. Dos enormes pies aparecían por debajo del árbol y un gran resoplido les indicó que Hagrid estaba detrás de él.

—Hola, Hagrid. ¿Necesitas ayuda? —preguntó Rose, metiendo la cabeza entre las ramas.

—No, va todo bien. Gracias, Rose.

—¿Te importaría quitarte de en medio? —La voz fría y gangosa de Rosier llegó desde atrás— ¿Estás tratando de ganar algún dinero extra, Prewett? Supongo que quieres ser guardabosques cuando salgas de Hogwarts... Esa choza de Hagrid debe de parecerte un palacio, comparada con la casa de tu familia.

—¡Déjame en paz, estúpida cara de...!

—¡PREWETT!

Rose insultó a Rosier justo cuando aparecía Prince por la puerta del pasillo.

—La han provocado, profesora Prince. —dijo Hagrid, sacando su gran cabeza de cabello enmarañado por encima del árbol— Rosier estaba insultando a su familia.

—Lo que sea, pero pelear está contra las reglas de Hogwarts, Hagrid. —dijo Prince con voz amable— Y los insultos cuentan como una forma de pelea. Cinco puntos menos para Gryffindor; Prewett, y agradece que no sean más. Y ahora marchaos todos.

Rosier, Crabbe y Goyle pasaron bruscamente, sonriendo con presunción.

—Voy a atraparla. —dijo Rose, sacando los dientes ante la espalda de Rosier— Uno de estos días la atraparé...

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora