Los Mundiales de Quidditch

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Cogieron todo lo que habían comprado y, siguiendo al señor Prewett, se internaron a toda prisa en el bosque por el camino que marcaban los faroles. Oían los gritos, las risas, los retazos de canciones de los miles de personas que iban con ellos. La atmósfera de febril emoción se contagiaba fácilmente, y Harriet no podía dejar de sonreír. Caminaron por el bosque hablando y bromeando en voz alta unos veinte minutos, hasta que al salir por el otro lado se hallaron a la sombra de un estadio colosal. Aunque Harriet sólo podía ver una parte de los inmensos muros dorados que rodeaban el campo de juego, calculaba que dentro podrían haber cabido, sin apretujones, diez catedrales.

-Hay asientos para cien mil personas -explicó el señor Prewett, observando la expresión de sobrecogimiento de Harriet-. Quinientos funcionarios han estado trabajando durante todo el año para levantarlo. Cada centímetro del edificio tiene un repelente mágico de muggles. Cada vez que los muggles se acercan hasta aquí, recuerdan de repente que tenían una cita en otro lugar y salen pitando...

-¡Asientos de primera! -dijo la bruja del Ministerio apostada ante la puerta, al comprobar sus entradas-. ¡Tribuna principal! Todo recto escaleras arriba, Milo, arriba de todo.

Las escaleras del estadio estaban tapizadas con una suntuosa alfombra de color púrpura. Subieron con la multitud, que poco a poco iba entrando por las puertas que daban a las tribunas que había a derecha e izquierda. El grupo del señor Prewett siguió subiendo hasta llegar al final de la escalera y se encontró en una pequeña tribuna ubicada en la parte más elevada del estadio, justo a mitad de camino entre los dorados postes de gol. Contenía unas veinte butacas de color rojo y dorado, repartidas en dos filas. Harriet tomó asiento con los demás en la fila de delante y observó el estadio que tenían a sus pies, cuyo aspecto nunca hubiera imaginado.

Cien mil magos y brujas ocupaban sus asientos en las gradas dispuestas en torno al largo campo oval. Todo estaba envuelto en una misteriosa luz dorada que parecía provenir del mismo estadio. Desde aquella elevada posición, el campo parecía forrado de terciopelo. A cada extremo se levantaban tres aros de gol, a unos quince metros de altura. Justo enfrente de la tribuna en que se hallaban, casi a la misma altura de sus ojos, había un panel gigante. Unas letras de color dorado iban apareciendo en él, como si las escribiera la mano de un gigante invisible, y luego se borraban. Al fijarse, Harriet se dio cuenta de que lo que se leía eran anuncios que enviaban sus destellos a todo el estadio: La Moscarda: una escoba para toda la familia: fuerte, segura y con alarma antirrobo incorporada ... Quitamanchas mágico multiusos del Señor Skower: adiós a las manchas, adiós al esfuerzo ... Harapos finos, moda para magos: Londres, París, Hogsmeade...

Harriet apartó los ojos de los anuncios y miró por encima del hombro para ver con quiénes compartían la tribuna. Hasta entonces no había llegado nadie, salvo una criatura diminuta que estaba sentada en la antepenúltima butaca de la fila de atrás. La criatura, cuyas piernas eran tan cortas que apenas sobresalían del asiento, llevaba puesto a modo de toga un paño de cocina y se tapaba la cara con las manos. Aquellas orejas largas como de murciélago le resultaron curiosamente familiares...

-¿Arwen? -preguntó Harriet, extrañada.

La diminuta figura levantó la cara y separó los dedos, mostrando unos enormes ojos castaños y una nariz que tenía la misma forma y tamaño que un tomate grande. No era Arwen... pero no cabía duda de que se trataba de un elfo doméstico, como había sido Arwen, la amiga de Harriet, hasta que ésta la liberó de sus dueños, la familia Rosier.

-¿La señorita acaba de llamarme Arwen? -chilló el elfo de forma extraña, por el resquicio de los dedos.

Tenía una voz un tanto menos aguda que la de Arwen, lo que hizo suponer a Harriet (aunque era difícil asegurarlo tratándose de un elfo doméstico) que era varón. Rose y Helmer se volvieron en sus asientos para mirar. Aunque Harriet les había hablado mucho de Arwen, nunca habían llegado a verla personalmente. Incluso el señor Prewett y Serena se mostraron interesados.

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora