La final de quidditch

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-Me ha enviado esto -dijo Helmer, tendiéndoles la carta.

Harriet la cogió. El pergamino estaba húmedo; las gruesas lágrimas habían emborronado tanto la tinta que la lectura se hacía difícil en muchos lugares.

Querido Helmer:

Hemos perdido. Me permitirán traerlo a Hogwarts, pero van a fijar la fecha del sacrificio. A Bubbles le ha gustado Londres. Nunca olvidaré toda la ayuda que nos has proporcionado.

Hagrid

-No pueden hacerlo -dijo Harriet-. No pueden. Bubbles no es peligrosa.

-El padre de Rosier consiguió atemorizar a la Comisión para que tomaran esta determinación -dijo Helmer con los ojos acuosos-. Ya sabéis cómo es. Son unos viejos imbéciles y los asustó. Pero podremos recurrir. Siempre se puede. Aunque no veo ninguna esperanza... Nada cambiará.

-Sí, algo cambiará -dijo Rose, decidida-. En esta ocasión no tendrás que hacer tú solo todo el trabajo. Yo te ayudaré.

-Rose, de verdad, siento muchísimo lo de Sahara –dijo Helmer con voz quebrada.

-Bueno, ya era muy vieja -dijo Rose-. Y era algo inútil. Quién sabe, a lo mejor ahora mis padres me compran una lechuza.

Esa misma noche, en el Bosque Prohibido, sucedía una escena inesperada. El Grimm se hallaba recostado, dormitando, cuando un ruido le despertó. Alzó sus orejas, pero, antes de lograr emprender la huida, aparecieron Dumbledore y Howell, lanzando con sus varitas, a la vez, el mismo encanto:

-¡Incarcero!

De ambas varitas surgieron sogas disparadas como látigos, que envolvieron al perro, dejándolo inmóvil. Dumbledore se acercó al perro con paso decidido y exclamó con total naturalidad:

-Terminó el juego, Serena Crabbe.

Un poco más tarde, en el despacho de Dumbledore, se encontraba ella junto con Howell y el perro prisionero.

-Así que nos vas a obligar -dijo Dumbledore, tranquilamente.

Tras apuntar al perro con la varita, el perro comenzó a transformarse en una mujer, pero no en cualquier mujer, en la mismísima Serena Crabbe:

-Me da gusto verte Remy, veo que contaste nuestro secreto.

-Era necesario -respondió Howell-. No podía permitir que mi orgullo y el temor a decepcionar a Dumbledore le costará la vida a Harriet.

-Lo lamento, Remy, no quería que te vieras afectada.

-Disculpa que me sea difícil de creer -intervino Dumbledore-, que alguien que mató a sangre fría a 13 personas, sienta compasión por alguien.

-No ha habido ningún asesinato aún, pero lo habrá -Dumbledore y Howell se miraron una a la otra-. Por favor, Dumbledore, no se enfade con Remy. Siempre le preocupó decepcionar su confianza, usted la aceptó en el colegio cuando nadie más lo habría hecho, le avergonzaba desobedecerla, pero se sentía muy sola.

-No me enfado, la entiendo. Ser una mujer lobo es difícil, incluso en estos días, más aún en su época de estudiante. Nadie debía saberlo, aunque debí prever que ustedes, sus amigas, alumnas inteligentes, con quienes pasaba tanto tiempo, terminarían descubriéndolo. En ese entonces no existía la poción matalobos que la mantuviera tranquila en sus transformaciones, por eso mandé plantar el sauce boxeador y construir el túnel que lleva a la Casa de los Gritos, yo misma me encargué de difundir los rumores e incentivarlos sobre lo maldita que está esa casa, para que nadie se acercara y así mantenerla segura a ella y a los estudiantes. Aunque, en cierto modo, no me sorprende que usted y Jamie Potter se convirtieran ilegalmente en animagas para acompañarla en sus transformaciones, es la combinación perfecta de inteligencia y desafío a las normas, una descripción exacta de ustedes dos. Incluso fueron capaces de ayudarle a la señorita Piper a lograrlo, cosa que jamás hubiera logrado por ella misma. Pero, hablando de la señorita Piper, dices que no ha habido ningún asesinato, ¿es que te has olvidado ya de tu amiga?

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora