Gillian Lockhart

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Al día siguiente, en el desayuno en el Gran Salón, bajo el techo encantado, que aquel día estaba de un triste color gris, las cuatro grandes mesas correspondientes a las cuatro casas estaban repletas de soperas con gachas de avena, fuentes de arenques ahumados, montones de tostadas y platos con huevos y beicon. Harriet y Rose se sentaron en la mesa de Gryffindor junto a Helmer, que tenía su ejemplar de "Viajes con los vampiros" abierto y apoyado contra una taza de leche. La frialdad con que dijo «buenos días», hizo pensar a Harriet que estaba demasiado absorto en su lectura. Nell Longbottom, por el contrario, les saludó alegremente.

—El correo llegará en cualquier momento —comentó Nell—; supongo que mi abuela me enviará las cosas que me he olvidado.

Efectivamente, Harriet acababa de empezar sus gachas de avena cuando un centenar de lechuzas penetraron con gran estrépito en la sala, volando sobre sus cabezas, dando vueltas por la estancia y dejando caer cartas y paquetes sobre la alborotada multitud. Un gran paquete de forma irregular rebotó en la cabeza de Nell. Harriet se sirvió un plato de gachas, pero no tuvo demasiado tiempo para disfrutarlo, porque el profesor Ross recorría la mesa de Gryffindor entregando los horarios. Harriet cogió el suyo y vio que tenían en primer lugar dos horas de Herbología con los de la casa de Hufflepuff.

Harriet, Rose y Helmer abandonaron juntos el castillo, cruzaron la huerta por el camino y se dirigieron a los invernaderos donde crecían las plantas mágicas. Al dirigirse a los invernaderos, vieron al resto de la clase congregada en la puerta, esperando al profesor Sprout. Harriet, Rose y Helmer acababan de llegar cuando el profesor Sprout, un brujo pequeño y rechoncho que llevaba un sombrero remendado y sus ropas y uñas frecuentemente manchadas de tierra, les abrió la puerta.

—¡Hoy iremos al Invernadero 3, muchachos! —dijo el profesor Sprout, con el buen humor habitual en él.

Se oyeron murmullos de interés. Hasta entonces, sólo habían trabajado en el Invernadero 1. En el Invernadero 3 había plantas mucho más interesantes y peligrosas. A Harriet le llegó el olor de la tierra húmeda y el abono mezclados con el perfume intenso de unas flores gigantes, del tamaño de un paraguas, que colgaban del techo. Sobre la mesa había unas veinte orejeras. Cuando Harriet ocupó su sitio entre Rose y Helmer, el profesor dijo:

—Hoy nos vamos a dedicar a replantar mandrágoras. Veamos, ¿quién me puede decir qué propiedades tiene la mandrágora?

Sin que nadie se sorprendiera, Helmer fue el primero en alzar la mano.

—La mandrágora, o mandrágula, es un reconstituyente muy eficaz —dijo Helmer en un tono que daba la impresión, como de costumbre, de que se había tragado el libro de texto—. Se utiliza para volver a su estado original a la gente que ha sido transformada o encantada.

—Excelente, diez puntos para Gryffindor —dijo el profesor Sprout—. La mandrágora es un ingrediente esencial en muchos antídotos. Pero, sin embargo, también es peligrosa. ¿Quién me puede decir por qué?

Al levantar de nuevo velozmente la mano, Helmer casi se lleva por delante las gafas de Harriet.

—El llanto de la mandrágora es fatal para quien lo oye —dijo Helmer, instantáneamente.

—Exacto. Otros diez puntos —dijo el profesor Sprout—. Bueno, las mandrágoras que tenemos aquí son todavía muy jóvenes.

Mientras hablaba, señalaba una fila de bandejas hondas, y todos se echaron hacia delante para ver mejor. Un centenar de pequeñas plantas con sus hojas de color verde violáceo crecían en fila. A Harriet, que no tenía ni idea de lo que Helmer había querido decir con lo de «el llanto de la mandrágora», le parecían completamente vulgares.

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora