Una prueba inesperada

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-¡Evans!, ¡Prewett!, ¿queréis atender?

La irritada voz del profesor Ross restalló como un látigo en la clase de Transformaciones del jueves, y tanto Harriet como Rose se sobresaltaron. La clase estaba acabando. Habían terminado el trabajo: las gallinas de Guinea que habían estado transformando en conejillos de Indias estaban guardadas en una jaula grande colocada sobre la mesa del profesor Ross (el conejillo de Nell todavía tenía plumas), y habían copiado de la pizarra el enunciado de sus deberes («Describe, poniendo varios ejemplos, en qué deben modificarse los encantamientos transformadores al llevar a cabo cambios en especies híbridas»). La campana iba a sonar de un momento a otro. Cuando Harriet y Rose, que habían estado luchando con dos de las varitas de pega de Freya y Grace a modo de espadas, levantaron la vista, Rose sujetaba un loro de hojalata, y Harriet, una merluza de goma.

-Ahora que Evans y Prewett tendrán la amabilidad de comportarse de acuerdo con su edad -dijo el profesor Ross, dirigiéndoles a las dos una mirada de enfado cuando la cabeza de la merluza de Harriet cayó al suelo (súbitamente cortada por el pico del loro de hojalata de Rose) -, tengo que deciros algo a todos vosotros.

»Se acerca el baile de Navidad: constituye una parte tradicional del Torneo de los Tres Magos y es, al mismo tiempo, una buena oportunidad para relacionarnos con nuestros invitados extranjeros. Al baile sólo irán los alumnos de cuarto en adelante, aunque si lo deseáis podéis invitar a un estudiante más joven...

»Será obligatoria la túnica de gala -prosiguió el profesor Ross-. El baile tendrá lugar en el Gran Comedor, comenzará a las ocho en punto del día de Navidad y terminará a medianoche. Ahora bien... –el profesor Ross recorrió la clase muy despacio con la mirada-. El baile de Navidad es, por supuesto, una oportunidad para que todos echemos una cana al aire -dijo, en tono de desaprobación.

Lowell se rió fuerte, poniéndose la mano en la boca para ahogar el sonido. Harriet comprendió dónde estaba lo divertido: el profesor Ross, no parecía haber echado nunca una cana al aire, en ningún sentido.

-Pero eso no quiere decir -prosiguió el profesor Ross- que vayamos a exigir menos del comportamiento que esperamos de los alumnos de Hogwarts. Me disgustaré muy seriamente si algún alumno de Gryffindor deja en mal lugar al colegio.

Sonó la campana, y se formó el habitual revuelo mientras recogían las cosas y se echaban las mochilas al hombro. El profesor Ross llamó por encima del alboroto:

-Evans, por favor, quiero hablar contigo.

Dando por supuesto que aquello tenía algo que ver con su merluza de goma descabezada, Harriet se acercó a la mesa del profesor con expresión sombría. El profesor Ross esperó a que se hubiera ido el resto de la clase, y luego le dijo:

-Evans, los campeones y sus parejas...

-¿Qué parejas? -preguntó Harriet.

El profesor Ross la miró receloso, como si pensara que intentaba tomarle el pelo.

-Vuestras parejas para el baile de Navidad, Evans -dijo con frialdad-. Vuestras parejas de baile.

Harriet sintió que se le encogían las tripas.

-¿Parejas de baile? -notó cómo se ponía roja- Yo no bailo -se apresuró a decir.

-Sí, claro que bailas –replicó, algo irritado, el profesor Ross-. Eso era lo que quería decirte. Es tradición que los campeones y sus parejas abran el baile.

Harriet se imaginó de repente a sí misma con el tipo de vestido con volantes que tía Bernardina se ponía siempre para ir a las fiestas del jefe de tío Peter, acompañada de algún chico ataviado con sombrero de copa y frac.

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora