La Marca Tenebrosa

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Pronto se vieron rodeados por la multitud que abandonaba el estadio para regresar a las tiendas de campaña. El aire de la noche llevaba hasta ellos estridentes cantos mientras volvían por el camino iluminado de farolas, y los leprechauns no paraban de moverse velozmente por encima de sus cabezas, riéndose a carcajadas y agitando sus faroles. Cuando por fin llegaron a las tiendas, nadie tenía sueño y, dada la algarabía que había en torno a ellos, el señor Prewett consintió en que tomaran todos juntos una última taza de chocolate con leche antes de acostarse.

No tardaron en enzarzarse en una agradable discusión sobre el partido. El señor Prewett se mostró en desacuerdo con Callie en lo referente al comportamiento violento, y no dio por finalizado el análisis del partido hasta que Gavriel se cayó dormido sobre la pequeña mesa, derramando el chocolate por el suelo. Entonces los mandó a todos a dormir. Helmer, el señor Prewett y Gavriel se metieron en su tienda, y Harriet y el resto de los Prewett junto con Serena se pusieron el pijama y se subieron cada una a su litera. Desde el otro lado del campamento llegaba aún el eco de cánticos y de ruidos extraños.

-¡Cómo me alegro de haber librado hoy! -murmuró Penny ya medio dormida-. No me haría ninguna gracia tener que decirles a los irlandeses que se acabó la fiesta.

Harriet, que se había acostado en una de las literas superiores, encima de Rose, estaba boca arriba observando la lona del techo de la tienda, en la que de vez en cuando resplandecían los faroles de los leprechauns. Repasaba algunas de las jugadas más espectaculares de Krum, y se moría de ganas de volver a montar en su Saeta de Fuego y probar el «Amago de Wronski». Olivia Wood no había logrado nunca transmitir con sus complejos diagramas la sensación de aquella jugada...

Harriet se imaginó a sí misma vistiendo una túnica con su nombre bordado a la espalda e intentó representarse la sensación de oír la ovación de una multitud de cien mil personas cuando Lola Bagman pronunciaba su nombre ante el estadio: «¡Y con ustedes... Evans!». Harriet no llegaría a saber a ciencia cierta si se había dormido o no (sus fantasías de vuelos en escoba al estilo de Krum podrían muy bien haber acabado siendo auténticos sueños); lo único que supo fue que, de repente, el señor Prewett estaba gritando.

-¡Levantaos! ¡Rose, Harriet... deprisa, levantaos, es urgente!

Harriet se incorporó de un salto y se golpeó la cabeza con la lona del techo.

-¿Qué pasa? -preguntó.

Intuyó que algo malo ocurría, porque los ruidos del campamento parecían distintos. Los cánticos habían cesado. Se oían gritos, y gente que corría. Bajó de la litera y cogió su ropa, pero el señor Prewett, que se había puesto los vaqueros sobre el pijama, le dijo:

-No hay tiempo, Harriet... Coge sólo tu chaqueta y sal... ¡rápido!

Harriet obedeció y salió a toda prisa de la tienda, delante de Rose. A la luz de los escasos fuegos que aún ardían, pudo ver a gente que corría hacia el bosque, huyendo de algo que se acercaba detrás, por el campo, algo que emitía extraños destellos de luz y hacía un ruido como de disparos de pistola. Llegaban hasta ellos abucheos escandalosos, carcajadas estridentes y gritos de borrachos. A continuación, apareció una fuerte luz de color verde que iluminó la escena. A través del campo marchaba una multitud de magos, que iban muy apretados y se movían todos juntos apuntando hacia arriba con las varitas.

Harriet entornó los ojos para distinguirlos mejor. Parecía que no tuvieran rostro, pero luego comprendió que iban tapados con capuchas y máscaras. Por encima de ellos, en lo alto, flotando en medio del aire, había cuatro figuras que se debatían y contorsionaban adoptando formas grotescas. Era como si los magos enmascarados que iban por el campo fueran titiriteros y los que flotaban en el aire fueran sus marionetas, manejadas mediante hilos invisibles que surgían de las varitas. Dos de las figuras eran muy pequeñas. Al grupo se iban juntando otros magos, que reían y apuntaban también con sus varitas a las figuras del aire.

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora