Alboroto en el Ministerio

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El señor Prewett los despertó cuando llevaban sólo unas pocas horas durmiendo. Usó la magia para desmontar las tiendas, y dejaron el cámping tan rápidamente como pudieron. Al pasar al lado del señor Roberts, que estaba a la puerta de su casita, vieron que tenía un aspecto extraño, como de aturdimiento. El muggle los despidió con un vago «Feliz Navidad».

-Se recuperará -aseguró el señor Prewett en voz baja, de camino hacia el páramo-. A veces, cuando se modifica la memoria de alguien, al principio se siente desorientado... y es mucho lo que han tenido que hacerle olvidar.

Al acercarse al punto donde se hallaban los trasladores oyeron voces insistentes. Cuando llegaron vieron a Bambi, la que estaba a cargo de los trasladores, rodeada de magos y brujas que exigían abandonar el cámping lo antes posible. El señor Prewett y Serena discutieron también brevemente con Bambi, y terminaron poniéndose en la cola. Antes de que saliera el sol cogieron un neumático viejo que los llevó a la colina de Stoatshead. Con la luz del alba, regresaron por Ottery St. Catchpole hacia La Madriguera, hablando muy poco porque estaban cansados y no pensaban más que en el desayuno (habían invitado a Serena a desayunar). Cuando doblaron el recodo del camino y La Madriguera apareció a la vista, les llegó por el húmedo camino el eco de una persona que gritaba:

-¡Gracias a Dios, gracias a Dios!

La señora Prewett, que evidentemente los había estado aguardando en el jardín delantero, corrió hacia ellos, todavía calzada con las zapatillas que se ponía para salir de la cama, la cara pálida y tensa y un ejemplar estrujado de El Profeta en la mano.

-¡Milo, qué preocupada me habéis tenido, qué preocupada!

Le echó a su marido los brazos al cuello, y El Profeta se le cayó de la mano. Al mirarlo en el suelo, Harriet distinguió el titular «Escenas de terror en los Mundiales de quidditch», acompañado de una centelleante fotografía en blanco y negro que mostraba la Marca Tenebrosa sobre las copas de los árboles.

-Estáis todos bien -murmuraba la señora Prewett como ida, soltando al señor Prewett y mirándolos con los ojos enrojecidos-. Estáis vivos, niños...

Y, para sorpresa de todo el mundo, cogió a Freya y Grace y las abrazó con tanta fuerza que sus cabezas chocaron.

-¡Ay!, mamá... nos estás ahogando...

-¡Pensar que os reñí antes de que os fuerais! -dijo la señora Prewett, comenzando a sollozar-. ¡No he pensado en otra cosa! Que si os atrapaba Quien-vosotras-sabéis, lo último que yo os había dicho era que no habíais tenido bastantes TIMOS. Ay, Freya... Grace...

-Vamos, Aurore, ya ves que estamos todos bien -le dijo el señor Prewett en tono tranquilizador, arrancándola de los gemelos y llevándola hacia la casa-. Blair -añadió en voz baja-, recoge el periódico. Quiero ver lo que dice.

Una vez que hubieron entrado todos, algo apretados, en la pequeña cocina y que Helmer hubo preparado una taza de té muy fuerte para la señora Prewett, en el que su marido insistió en echar unas gotas de «whisky envejecido de Ogden», Blair le entregó el periódico a su padre. Éste echó un vistazo a la primera página mientras Penny atisbaba por encima de su hombro.

-Me lo imaginaba -dijo resoplando el señor Prewett-. «Errores garrafales del Ministerio... los culpables en libertad... falta de seguridad... magos tenebrosos yendo por ahí libremente... desgracia nacional...» ¿Quién ha escrito esto? Ah, claro... Ryan Skeeter.

-¡Ese tipo la tiene tomada con el Ministerio de Magia! -exclamó Penny, furiosa-. La semana pasada dijo que perdíamos el tiempo con nimiedades referentes al grosor de los calderos en vez de acabar con los vampiros. Como si no estuviera expresamente establecido en el parágrafo duodécimo de las Orientaciones para el trato de los seres no mágicos parcialmente humanos...

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora