La Cámara de los Secretos

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En la primera clase que tuvieron al día siguiente, Transformaciones, sucedió algo que por primera vez en varias semanas les hizo olvidar la Cámara de los Secretos. A los diez minutos de empezada la clase, el profesor Ross les dijo que los exámenes comenzarían el 1 de junio, y sólo faltaba una semana.

—¿Exámenes? —aulló Samantha Finnigan—. ¿Vamos a tener exámenes a pesar de todo?

Sonó un fuerte golpe detrás de Harriet. A Nell Longbottom se le había caído la varita mágica, haciendo desaparecer una de las patas del pupitre. El profesor Ross volvió a hacerla aparecer con un movimiento de su varita y se volvió hacia Samantha con el entrecejo fruncido.

—El único propósito de mantener el colegio en funcionamiento en estas circunstancias es el de daros una educación —dijo con severidad—. Los exámenes, por lo tanto, tendrán lugar como de costumbre, y confío en que estéis todos estudiando duro.

¡Estudiando duro! Nunca se le ocurrió a Harriet que pudiera haber exámenes con el castillo en aquel estado. Se oyeron murmullos de disconformidad en toda el aula, lo que provocó que el profesor Ross frunciera el entrecejo aún más.

—Las instrucciones de la profesora Dumbledore fueron que el colegio prosiguiera su marcha con toda la normalidad posible —dijo él—. Y eso, no necesito explicarlo, incluye comprobar cuánto habéis aprendido este curso.

Harriet contempló el par de conejos blancos que tenía que convertir en zapatillas. ¿Qué había aprendido durante aquel curso? No le venía a la cabeza ni una sola cosa que pudiera resultar útil en un examen. En cuanto a Rose, parecía como si le acabaran de decir que tenía que irse a vivir al Bosque Prohibido.

Tres días antes del primer examen, durante el desayuno, el profesor Ross hizo otro anuncio, pero esta vez a toda la escuela.

—Tengo buenas noticias —dijo, y el Gran Comedor, en lugar de quedar en silencio, estalló en alborozo.

—¡Vuelve Dumbledore! —dijeron varios, entusiasmados.

—¡Han atrapado al heredero de Slytherin! —gritó un chico desde la mesa de Ravenclaw.

—¡Vuelven los partidos de quidditch! —rugió Wood, emocionada.

Cuando se calmó el alboroto, dijo el profesor Ross:

—El profesor Sprout me ha informado de que las mandrágoras ya están listas para ser cortadas. Esta noche podremos revivir a las personas petrificadas. Creo que no hace falta recordaros que alguno de ellos quizá pueda decirnos quién, o qué, los atacó. Tengo la esperanza de que este horroroso curso acabe con la captura del culpable.

Hubo una explosión de alegría. Harriet miró a la mesa de Slytherin y no le sorprendió ver que Darcy Rosier no participaba de ella. Rose, sin embargo, parecía más feliz que en ningún otro momento de los últimos días.

—¡Helmer tendrá la respuesta cuando lo despierten! —dijo a Harriet—. Aunque se volverá loco cuando se entere de que sólo quedan tres días para el comienzo de los exámenes. No ha podido estudiar. Sería más amable por nuestra parte dejarlo como está hasta que hubieran terminado.

En aquel mismo instante, Gavriel Prewett se acercó y se sentó junto a Rose. Parecía tenso y nervioso, y Harriet vio que se retorcía las manos en el regazo.

—¿Qué pasa? —le preguntó Rose, sirviéndose más gachas de avena.

Gavriel no dijo nada, pero miró la mesa de Gryffindor de un lado a otro con una expresión asustada que a Harriet le recordaba a alguien, aunque no sabía a quién.

—Suéltalo ya —le dijo Rose, mirándolo.

Harriet comprendió entonces a quién le recordaba Gavriel. Se balanceaba ligeramente hacia atrás y hacia delante en la silla, exactamente igual que lo hacía Arwen cuando estaba a punto de revelar información prohibida.

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora