El Frente de Liberación de los Elfos Domésticos

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Harriet, Rose y Helmer fueron aquella noche a buscar a Herman a la lechucería para que Harriet le pudiera enviar una carta a Serena diciéndole que había logrado burlar al dragón sin recibir ningún daño.

-No es posible que el resto de las pruebas sean tan peligrosas como ésta... ¿Cómo podrían serlo? -sugirió Rose-. ¿Sabes qué? Creo que podrías ganar el Torneo, Harriet, te lo digo en serio.

Harriet sabía que Rose sólo se lo decía para animarla de alguna manera, pero se lo agradecía de todas formas. Helmer, sin embargo, se apoyó contra el muro de la lechucería, cruzó los brazos y miró a Rose con el entrecejo fruncido.

-A Harriet le queda mucho antes de que termine el Torneo -declaró muy serio-. Si esto ha sido la primera prueba, no me atrevo a pensar qué puede venir después.

-Eres la esperanza personificada, Helmer -le reprochó Rose-. Parece que te hayas puesto de acuerdo con el profesor Trelawney.

Harriet arrojó la lechuza por la ventana. Herman cayó medio metro en picado antes de remontar el vuelo. La carta que llevaba atada a la pata era mucho más grande y pesada de lo habitual: Harriet no pudo vencer la tentación de hacerle a Serena un relato pormenorizado de cómo había burlado y esquivado al hocicorto volando en torno a él. Contemplaron cómo desaparecía en la oscuridad, y luego dijo Rose:

-Bueno, será mejor que bajemos para tu fiesta sorpresa, Harriet. A estas alturas, Freya y Grace ya habrán robado suficiente comida de las cocinas del castillo.

Por supuesto, cuando entraron en la sala común de Gryffindor todos prorrumpieron una vez más en gritos y vítores. Había montones de pasteles y de botellas grandes de zumo de calabaza y cerveza de mantequilla en cada mesa. Lena Jordan había encendido algunas bengalas fabulosas de la doctora Filibuster, que no necesitaban fuego porque prendían con la humedad, así que el aire estaba cargado de chispas y estrellitas. Dana Thomas, que era muy buena en dibujo, había colgado unos estandartes nuevos impresionantes, la mayoría de los cuales representaban a Harriet volando en torno a la cabeza del hocicorto con su Saeta de Fuego, aunque un par de ellos mostraban a Celia con la cabeza en llamas.

Harriet se sirvió comida (casi había olvidado lo que era sentirse de verdad hambrienta) y se sentó con Rose y Helmer. No podía concebir tanta felicidad: había pasado la primera prueba y no tendría que afrontar la segunda en tres meses.

-¡Jo, cómo pesa! -dijo Lena Jordan, cogiendo el huevo de oro que Harriet había dejado en una mesa y sopesándolo en una mano-. ¡Vamos, Harriet, ábrelo! ¡A ver lo que hay dentro!

-Se supone que tiene que resolver la pista por sí misma -objetó Helmer-. Son las reglas del Torneo...

-También se suponía que tenía que averiguar por mí misma cómo burlar al dragón -susurró Harriet para que sólo Helmer pudiera oírla, y él sonrió, un poco culpable.

-¡Sí, vamos, Harriet, ábrelo! -repitieron varios.

Lena le pasó el huevo a Harriet, que hundió las uñas en la ranura y apalancó para abrirlo. Estaba hueco y completamente vacío. Pero, en cuanto Harriet lo abrió, el más horrible de los ruidos, un lamento chirriante y estrepitoso, llenó la sala.

-¡Ciérralo! -gritó Freya, tapándose los oídos con las manos.

-¿Qué era eso? -preguntó Samantha Finnigan, observando el huevo cuando Harriet volvió a cerrarlo-. Sonaba como una banshee. ¡A lo mejor te hacen burlar a una de ellas, Harriet!

-¡Era como alguien a quien estuvieran torturando! -opinó Nell, que se había puesto muy blanca y había dejado caer los hojaldres rellenos de salchicha-. ¡Vas a tener que luchar contra la maldición cruciatus!

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora