La noble y ancestral casa de los Crabbe

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La señora Prewett los seguía muy seria por la escalera.

—Quiero que os vayáis directos a la cama, y nada de hablar —dijo cuando llegaron al primer rellano—. Mañana nos espera un día muy ajetreado. Espero que Gavriel ya esté dormido —añadió, dirigiéndose a Helmer—, así que intenta no despertarlo.

—Sí, dormido, ya —murmuró Freya por lo bajo después de que Helmer les diera las buenas noches, y siguieron subiendo hasta el siguiente piso—. Si Gavriel no está despierto esperando a que Helmer le cuente todo lo que han dicho abajo, yo soy un gusarajo...

—Muy bien, Rose, Harriet... —les indicó la señora Prewett cuando llegaron al segundo rellano, señalando su dormitorio— A la cama.

—Buenas noches. —dijeron Harriet y Rose a las gemelas.

—Que durmáis bien. —les deseó Freya, guiñándoles un ojo.

La señora Prewett cerró la puerta detrás de Harriet con un fuerte chasquido. El dormitorio parecía aún más frío y sombrío que la primera vez que Harriet lo había visto. El cuadro en blanco de la pared respiraba lenta y profundamente, como si su invisible ocupante estuviera dormido. Harriet se puso el pijama, se quitó las gafas y se metió en la fría cama, mientras Rose lanzaba unas cuantas chucherías lechuciles hacia lo alto del armario para apaciguar a Herman y Pigwidgeon, que, nerviosas, no paraban de hacer ruido moviendo las patas y las alas.

—No podemos dejarlas salir a cazar todas las noches —explicó Rose mientras se ponía el pijama de color granate—. Dumbledore no quiere que haya demasiadas lechuzas sueltas por la plaza porque dice que podrían levantar sospechas. ¡Ah, sí! Se me olvidaba...

Fue hacia la puerta y echó el cerrojo.

—¿Por qué haces eso?

—Por Keira —aclaró Rose, y apagó la luz—. La primera noche que pasé aquí entró a las tres de la madrugada. Créeme, no es nada agradable despertarse y encontrarla paseándose por la habitación. En fin... —se metió en la cama, se tapó bien y se volvió hacia Harriet en la oscuridad; ésta veía su contorno gracias a la luz de la Luna que se filtraba por la mugrienta ventana— ¿Tú qué opinas?

Harriet sabía a la perfección a qué se refería su amiga.

—Bueno, no nos han contado gran cosa que no pudiéramos haber imaginado, ¿verdad? —contestó, pensando en todo lo que se había hablado abajo—. En realidad, lo único que han dicho es que la Orden intenta impedir que la gente se una a Angus... —Rose soltó un gritito ahogado— tia —acabó Harriet con firmeza—. ¿Cuándo piensas empezar a llamarla por su nombre? Serena y Howell lo hacen.

Rose no hizo caso de ese último comentario.

—Sí, tienes razón —dijo—, ya sabíamos casi todo lo que nos han contado gracias a las orejas extensibles. Lo único nuevo es que...

¡CRAC!

—¡Ay!

—Baja la voz, Rose, si no quieres que venga mamá.

—¡Os habéis aparecido encima de mis rodillas!

—Sí, bueno, es que a oscuras es más difícil.

Harriet vio las borrosas siluetas de Freya y de Grace saltando de la cama de Rose. Luego oyó un chirrido de muelles, y el colchón de Harriet descendió unos cuantos centímetros porque Grace se había sentado cerca de sus pies.

—Bueno, ¿ya lo habéis captado? —inquirió Grace con avidez.

—¿Lo del arma que Serena ha mencionado? —preguntó Harriet.

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora