Vuelta a la madriguera

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Después de un entretenido viaje en auto en el que Harriet y Rose se pusieron al día, finalmente llegaron a "La Madriguera", el hogar de los Prewett. Al entrar en la cocina, Harriet se encontró sentadas a la mesa un par de pelirrojas que ella no conocía, aunque se imaginaba quiénes eran. Blair y Callie, las dos hermanas mayores Prewett.

-¿Qué tal te va, Harriet? -preguntó la más cercana a ella, dirigiéndole una amplia sonrisa y tendiéndole una mano que Harriet estrechó. Estaba llena de callos y ampollas.

Aquella tenía que ser Callie, que trabajaba en Rumania con dragones. Su constitución era igual a la de las gemelas, y diferente de la de Penny y Rose, que eran más altas y delgadas. Tenía una cara ancha de expresión bonachona, con la piel curtida por el clima de Rumania y tan llena de pecas que parecía bronceada; los brazos eran musculosos, y en uno de ellos se veía una quemadura grande y brillante. Blair se levantó sonriendo y también le estrechó la mano a Harriet, quien se sorprendió. Sabía que Blair trabajaba para Gringotts, el banco del mundo mágico, y que había sido Premio Anual de Hogwarts, y siempre se la había imaginado como una versión crecida de Penny: quisquillosa en cuanto al incumplimiento de las normas e inclinada a mandar a todo el mundo. Sin embargo, Blair era (no había otra palabra para definirla) guay: era alta, tenía el pelo recogido en una coleta, llevaba un colmillo de pendiente e iba vestida de manera apropiada para un concierto de rock, salvo por las botas (que, según reconoció Harriet, no eran de cuero sino de piel de dragón). La señora Prewett acababa de entrar en la cocina. Era alta, delgada y tenía una cara muy amable.

-¡Ah, hola, Harriet! –dijo sonriéndole al advertir que estaba allí.

Entonces aparecieron dos chicos en la puerta de la cocina, detrás de la señora Prewett: uno, de pelo castaño y espeso e incisivos bastante grandes, era Helmer Puckle, el amigo de Harriet y Rose; el otro, menudo y pelirrojo, era Gavriel, el hermano pequeño de Rose. Los dos sonrieron a Harriet, y ella les sonrió a su vez, lo que provocó que Gavriel se sonrojara: Harriet le había gustado desde su primera visita a La Madriguera.

-Vamos a mi habitación. -dijo Rose a Harriet y a Helmer, aunque Gavriel también les siguió.

Emprendieron el camino por el estrecho pasillo y subieron por la desvencijada escalera que zigzagueaba hacia los pisos superiores. Iban platicando de varias cosas. Entonces se abrió una puerta en el segundo rellano y asomó por ella una cara con gafas de montura de hueso y expresión de enfado.

-Hola, Penny -saludó Harriet.

-Ah, hola, Harriet -contestó Penny-. Me preguntaba quién estaría armando tanto jaleo. Intento trabajar, ¿sabéis? Tengo que terminar un informe para la oficina, y resulta muy difícil concentrarse cuando la gente no para de subir y bajar la escalera haciendo tanto ruido.

-No hacemos tanto ruido -replicó Rose, enfadada-. Estamos subiendo con paso normal. Lamentamos haber entorpecido los asuntos reservados del Ministerio.

-¿En qué estás trabajando? -quiso saber Harriet.

-Es un informe para el Departamento de Cooperación Mágica Internacional -respondió Penny con aires de suficiencia-. Estamos intentando estandarizar el grosor de los calderos. Algunos de los calderos importados son algo delgados, y el goteo se ha incrementado en una proporción cercana al tres por ciento anual...

-Eso cambiará el mundo -intervino Rose-. Ese informe será un bombazo. Ya me lo imagino en la primera página de El Profeta: «Calderos con agujeros.»

Penny se sonrojó ligeramente.

-Puede que te parezca una tontería, Rose -repuso acaloradamente-, pero si no se aprueba una ley internacional bien podríamos encontrar el mercado inundado de productos endebles y de fondo demasiado delgado que pondrían seriamente en peligro...

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora