El secreto de Beatrice Black

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El domingo después de desayunar, Harriet, Rose y Helmer fueron a la lechucería para enviar una carta a Penny, preguntándole, como Serena les había sugerido, si había visto a Black recientemente. Utilizaron a Herman. Después de observarlo perderse de vista desde las ventanas de la lechucería, bajaron a las cocinas para entregar a Arwen sus calcetines nuevos. Los elfos domésticos les dispensaron una cálida acogida, haciendo reverencias y apresurándose a prepararles un té. Arwen se emocionó con el regalo.

—¡Harriet Evans es demasiado buena con Arwen! —chilló, secándose las lágrimas de sus enormes ojos.

—Me salvaste la vida con esas branquialgas, Arwen, de verdad —dijo Harriet.

—¿No hay más pastelitos de nata y chocolate? —preguntó Rose, paseando la vista por los elfos domésticos, que no paraban de sonreír ni de hacer reverencias.

—¡Acabas de desayunar! —dijo Helmer, enfadado, pero entre cuatro elfos ya le habían llevado una enorme bandeja de plata llena de pastelitos— ¿Dónde está Wilfred, Arwen? —quiso saber Helmer, que había estado buscándolo con la mirada.

—Wilfred está junto al fuego, señor —repuso Arwen en voz baja, abatiendo un poco las orejas.

—¡Dios mío!

Harriet también miró hacia la chimenea. Wilfred estaba sentado en el mismo taburete que la última vez, pero se hallaba tan sucio que se confundía con los ladrillos ennegrecidos por el humo que tenía detrás. La ropa que llevaba puesta estaba andrajosa y sin lavar. Sostenía en las manos una botella de cerveza de mantequilla y se balanceaba ligeramente sobre el taburete, contemplando el fuego. Mientras lo miraban, hipó muy fuerte.

—Wilfred se toma ahora seis botellas al día —le susurró Arwen a Harriet.

—Bueno, no es una bebida muy fuerte —comentó Harriet.

Pero Arwen negó con la cabeza.

—Para un elfo doméstico sí que lo es, señorita —repuso.

Él volvió a hipar. Los elfos que les habían llevado los pastelitos le dirigieron miradas reprobatorias mientras volvían al trabajo.

—Wilfred está triste, Harriet Evans —dijo Arwen, apenada—. Quiere volver a su casa. Piensa que la señora Black sigue siendo su ama, señorita, y nada de lo que Arwen le diga conseguirá persuadirlo de que ahora su ama es Dumbledore.

Harriet tuvo una idea brillante.

—Eh, Wilfred —lo llamó, yendo hacia él e inclinándose para hablarle—, ¿tienes alguna idea de lo que le pasa a la señora Black? Porque ha dejado de asistir al Torneo de los Tres Magos.

Wilfred parpadeó y clavó en Harriet sus enormes ojos. Volvió a balancearse ligeramente y luego dijo:

—¿La... la ama ha... dejado... ¡hip!... de asistir?

—Sí —dijo Harriet—, no la hemos vuelto a ver desde la primera prueba. El Profeta dice que está enferma.

Wilfred se volvió a balancear, mirando a Harriet con ojos enturbiados por las lágrimas.

—La ama... ¡hip!... ¿enferma?

Le empezó a temblar el labio inferior.

—Pero no estamos seguros de que sea cierto —se apresuró a añadir Helmer.

—¡La ama necesita a su... ¡hip!... Wilfred! —gimoteó el elfo—. La ama no puede ¡hip! apañárselas ¡hip! ella sola.

—Hay quien se las arregla para hacer por sí mismo las labores de la casa, ¿sabes, Wilfred? —le dijo Helmer, severamente.

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora