Castigo con Cracknell

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Aquella noche, la cena en el Gran Comedor no fue una experiencia agradable para Harriet. La noticia de su enfrentamiento a gritos con el profesor Cracknell se había extendido a una velocidad increíble, incluso para lo que solía suceder en Hogwarts.

Mientras comía, sentada entre Rose y Helmer, Harriet oía cuchicheos a su alrededor. Lo más curioso era que a ninguno de los que susurraban parecía importarle que Harriet se enterara de lo que estaban diciendo de ella. Más bien al contrario: era como si estuvieran deseando que se enfadara y se pusiera a gritar otra vez, para poder escuchar su historia directamente.

—Dice que vio cómo asesinaban a Celia Diggory...

—Asegura que se batió en duelo con Quien-tú-sabes...

—Anda ya...

—¿Nos toma por idiotas?

—Yo no me creo nada...

—Lo que no entiendo —comentó Harriet con voz trémula, dejando el cuchillo y el tenedor, pues le temblaban demasiado las manos para sujetarlos con firmeza—, es por qué todos creyeron la historia hace dos meses, cuando la contó Dumbledore...

—Verás, Harriet, no estoy tan seguro de que la creyeran —replicó Helmer con desánimo—. ¡Vamos, larguémonos de aquí!

Él dejó también sus cubiertos sobre la mesa; Rose, apenada, echó un último vistazo a la tarta de manzana que no se había terminado y los siguió. Los demás alumnos no les quitaron el ojo de encima hasta que salieron del comedor.

—¿Qué quieres decir con eso de que no estás seguro de que creyeran a Dumbledore? —le preguntó Harriet a Helmer cuando llegaron al rellano.

—Mira, tú no entiendes cómo se vivió eso aquí —intentó explicar Helmer—. Apareciste en medio del jardín con el cadáver de Celia en brazos... Ninguno de nosotros había visto lo que había ocurrido en el laberinto... No teníamos más pruebas que la palabra de Dumbledore de que Quien-tú-sabes había regresado, había matado a Celia y había peleado contigo.

—¡Es la verdad!

—Ya lo sé, Harriet, así que, por favor, deja de echarme la bronca —dijo Helmer, cansinamente—. Lo que pasa es que la gente se marchó a casa de vacaciones antes de que pudiera asimilar la verdad, y ha estado dos meses leyendo que tú estás chiflada y que Dumbledore chochea.

La lluvia golpeaba los cristales de las ventanas mientras ellos avanzaban por los desiertos pasillos hacia la torre de Gryffindor. Harriet tenía la impresión de que su primer día había durado una semana, pero todavía debía hacer una montaña de deberes antes de acostarse. Empezaba a notar un dolor débil y pulsante sobre el ojo derecho. Cuando entraron en el pasillo del Señor Gordo, miró por una de las mojadas ventanas y contempló los oscuros jardines. Seguía sin haber luz en la cabaña de Hagrid.

—¡Mimbulus mimbletonia! —dijo Helmer antes de que el Señor Gordo tuviera ocasión de pedirles la contraseña.

El retrato se abrió, dejó ver la abertura que había detrás, y los tres se metieron por ella. La sala común estaba casi vacía; la mayoría seguía abajo, cenando. Cookie, que descansaba enroscado en una butaca, se levantó y fue a recibirlos ronroneando, y cuando Harriet, Rose y Helmer se sentaron en sus tres butacas favoritas junto al fuego, saltó con agilidad al regazo de su dueño y se acurrucó allí como si fuera un peludo cojín de color rojo anaranjado. Harriet, agotada, se quedó contemplando las llamas.

—¿Cómo es posible que Dumbledore haya permitido que pase esto? —gritó de pronto Helmer, sobresaltando a sus amigos; Cookie pegó un brinco y bajó al suelo con aire ofendido. Helmer golpeó, furioso, los reposabrazos de su butaca, y por los agujeros salieron trozos de relleno— ¿Cómo puede permitir que ese hombre infame nos dé clase? ¡Y en el año de los TIMOS, por si fuera poco!

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora