La barrera impenetrable

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El final del verano llegó más rápido de lo que Harriet habría querido. Estaba deseando volver a Hogwarts, pero, por otro lado, el mes que había pasado en La Madriguera había sido el más feliz de su vida. Le resultaba difícil no sentir envidia de Rose cuando pensaba en los Evans y en la bienvenida que le darían cuando volviera a Privet Drive.

La última noche, la señora Prewett hizo aparecer, por medio de un conjuro, una cena suntuosa que incluía todos los manjares favoritos de Harriet y que terminó con un suculento pudín de melaza. Freya y Grace redondearon la noche con una exhibición de las bengalas de la doctora Filibuster, y llenaron la cocina con chispas azules y rojas que rebotaban del techo a las paredes durante al menos media hora. Después de esto, llegó el momento de tomar una última taza de chocolate caliente e ir a la cama.

A la mañana siguiente, les llevó mucho rato ponerse en marcha. Se levantaron con el canto del gallo, pero parecía que quedaban muchas cosas por preparar. La señora Prewett, desesperada, iba de aquí para allá como una exhalación, buscando tan pronto unos calcetines como una pluma. Algunos chocaban en las escaleras, medio vestidos, sosteniendo en la mano un trozo de tostada, y el señor Prewett, al llevar el baúl de Gavriel al coche a través del patio, casi se rompe el cuello cuando tropezó con el gallo despistado.

A Harriet no le entraba en la cabeza que ocho personas, seis baúles grandes, dos lechuzas y una rata pudieran caber en un pequeño Ford Anglia. Claro que no había contado con las prestaciones especiales que le había añadido la señora Prewett, las cuales, el señor Prewett notaba pero fingía no hacerlo, salvo por uno que otro reclamo ocasional.

Cuando por fin estuvieron todos en el coche, el señor Prewett echó un vistazo al asiento trasero, en el que Harriet, Rose, Freya, Grace y Penny estaban confortablemente sentadas, unas al lado de otras, y dijo:

—Los muggles saben más de lo que parece, ¿verdad? —Su esposa y Gavriel iban en el asiento delantero, que había sido alargado hasta tal punto que parecía un banco del parque—. Quiero decir que desde fuera uno nunca diría que el coche es tan espacioso, ¿verdad?

El señor Prewett arrancó el coche y salieron del patio. Harriet se volvió para echar una última mirada a la casa. Apenas le había dado tiempo a preguntarse cuándo volvería a verla, cuando Grace pidió regresar, pues se le había olvidado su caja de bengalas de la doctora Filibuster, su padre se negó rotundamente, pero el coche igual tuvo que detenerse para que Freya pudiera entrar a coger su escoba, que si era importante; Grace aprovechó y bajo protestas de su padre corrió por sus bengalas. Ya estaba gritándoles molesto, cuando Gavriel gritó que se había olvidado su diario y corrió por él. Cuando todos regresaron, llevaban mucho retraso y los ánimos estaban alterados.

Llegaron a Kings Cross a las once menos veinte. El señor Prewett cruzó la calle a toda pastilla para hacerse con unos carritos para cargar los baúles, y entraron todos corriendo en la estación.

—Penny primero —dijo la señora Prewett, mirando con inquietud el reloj que había en lo alto, que indicaba que sólo tenían diez minutos para desaparecer disimuladamente a través de la barrera.

Penny avanzó deprisa y desapareció. A continuación, fue el señor Prewett. Lo siguieron Freya y Grace.

—Yo pasaré con Gavriel, y vosotras dos nos seguís —dijo la señora Prewett a Harriet y Rose, cogiendo a Gavriel de la mano y empezando a caminar. En un abrir y cerrar de ojos ya no estaban.

—Voy yo y me sigues rápido, sólo nos quedan cinco minutos —dijo Rose a Harriet.

Harriet se aseguró de que la jaula de Herman estuviera bien sujeta encima del baúl mientras Rose atravesaba corriendo, y al llegar su turno empujó el carrito contra la barrera. No le daba miedo; era mucho más seguro que usar los polvos flu. Se inclinó sobre la barra de su carrito y se encaminó con determinación hacia la barrera, cogiendo velocidad. A un metro de la barrera, empezó a correr y... ¡PATAPUM! Su carrito chocó contra la barrera y rebotó. El baúl saltó y se estrelló contra el suelo con gran estruendo, Harriet se cayó y la jaula de Herman, al dar en el suelo, rebotó y salió rodando, con la lechuza dentro dando unos terribles chillidos. Todo el mundo la miraba, y un guardia que había allí cerca le gritó:

Harriet EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora